La biblioteca de Dávalos

20/07/2012 - 00:00 Blanca Calvo



 Soy bibliotecaria desde hace 40 años. Cuando accedí al cuerpo de bibliotecarios del Estado, España era realmente diferente. Estaba en Europa por geografía, pero no por espíritu. Nuestro país era gris tirando a negro. Las bibliotecas, también. Durante cuarenta años se han ido llenando de color. Esa transformación se ha hecho gracias a tres elementos: la ilusión de los trabajadores, el apoyo económico de la Administración Pública y, sobre todo, la gente, que ha ido ocupándolas y dándoles vida. Pero lo que se ha tardado cuarenta años en construir se está yendo por la borda en unos meses.

  Y a mí eso me duele mucho. A finales de 2011 llegaron los recortes a las cinco grandes bibliotecas castellano-manchegas. Los presupuestos regionales para comprar materiales se esfumaron, a pesar de lo cual siguieron entrando libros y periódicos en las bibliotecas gracias a que muchas personas los compraron con su propio dinero.

  A finales de 2011 también desapareció el presupuesto de actividades, a pesar de lo cual las bibliotecas han seguido teniendo una rica programación cultural gracias a los voluntarios, a las asociaciones y a los bibliotecarios encargados de las actividades, que han conseguido ilusionar a voluntarios y asociaciones. En el caso de Guadalajara resulta curioso que, con presupuesto cero, haya este verano una oferta de cursos superior a la de años pasados gracias al esfuerzo de la técnica de actividades. Pues bien: eso también se acaba, porque dentro de unos días los técnicos de actividades se van a la calle.

  En una situación como esta, hay políticos que sólo contemplan una solución: que las bibliotecas busquen financiación privada. Que convenzan a las grandes empresas y a los bancos de que les den dinero para programar actividades. Pero entonces, ¿en qué se invierte el dinero público, el que se recauda con los impuestos, es decir, nuestro dinero? Quizá en apoyar a los bancos. Curiosa administración sería la que diera montañas de dinero público a los bancos y luego les pidiera, como quien pide limosna, una pequeñísima parte de ese dinero para hacer actividades en las bibliotecas públicas. Conmigo que no cuenten para eso. Primero porque no creo en la generosidad desinteresada de los grandes bancos o las grandes empresas. Y luego porque creo que la Administración tiene que hacer frente a su responsabilidad, y su responsabilidad es gestionar lo público

  Para ello tienen el dinero -los impuestos- y la mano de obra -los funcionarios-. Si con todos esos medios hay políticos que no se ven capaces de dar los servicios fundamentales, deben dimitir y dejar que lo intenten otros. Pero volviendo a la actualidad bibliotecaria, ¿qué alternativa queda para seguir haciendo un buen trabajo sin dinero público y sin el bibliotecario especialista? La respuesta la encontré hace unos días, en boca del escritor Xabier Puente Docampo. Él dice que si la Administración no administra cultura, los ciudadanos que la sienten necesaria deben tomar las riendas y que, de la misma manera que en otros tiempos se constituían “cajas de resistencia” alimentadas cooperativamente por los trabajadores para poder comer cuando vinieran mal dadas, los ciudadanos que no pueden prescindir de la cultura deben abrir cajas de resistencia cultural para organizar las actividades que la administración no organiza.

  O sea: para que los espíritus puedan comer. Esa idea no tiene nada que ver con el copago, sino con la resistencia en un período difícil y deseablemente pequeño. Las personas que aportan dinero a esa caja no tienen por qué ser los usuarios directos de las actividades, y los usuarios no tienen necesariamente que aportar dinero a la caja si su situación económica es mala. Se trata más bien de una recaudación voluntaria en la que cada uno aporta según sus posibilidades y usa según sus necesidades. Si las bibliotecas han florecido en los últimos cuarenta años gracias a tres factores (la Administración, los trabajadores y la gente), y si ahora uno de ellos falla, los otros dos –trabajadores y gente- tendrán que redoblar su esfuerzo. Yo estoy dispuesta a ello. Como trabajadora y como gente.

  En esta segunda categoría, y aunque no me sobra el dinero, estoy dispuesta a aportar 300 € de mi paga extra a la Caja de Resistencia para organizar actividades en la Biblioteca. Y en meses sucesivos, mantener una cantidad fija, aunque sea menor. Si hay más personas que se animen a alimentar la Caja, que se pongan en contacto conmigo. Sé de una solvente asociación cultural de la ciudad dispuesta a abrir una cuenta corriente para ingresar el dinero, colaborar en la organización de actividades y dar explicaciones públicas de cómo se gasta lo recaudado. Muchas gracias por llegar hasta aquí y muchas gracias si se anima a aportar alguna cantidad a la Caja. Si esta propuesta no cuaja, si los que la queremos no reaccionamos, la Biblioteca de todos dejará de ser como es. Se volverá de nuevo gris tirando a negra.