La crisis de la democracia
19/08/2013 - 00:00
Hablamos mucho de crisis parciales, sectoriales. Pero lo que está en peligro y en dificultades es el sistema, el humanismo moderno. Aquellos que se sonreían cuando hablábamos de crisis moral de la democracia ¿cómo iban a pensar que cuestiones relacionadas con la falta de conductas honestas iban a poner en peligro la permanencia, la credibilidad de unos gobernantes en sus tareas y responsabilidades? Creían que la continuidad de la política y en política se obtiene sólo con la gestión o eficacia económica de las cuestiones de crecimiento y desarrollo. Creen que la política es matemática pura, cifras de producción y renta, pensaban. En un nuevo maquiavelismo moderno algunos justifican la política sólo por su aparente eficacia material, olvidando que hay otros muchos procesos en ella. La izquierda expectante va más allá y pierde la razón cuando identifica moralidad de los políticos con legitimidad de los mismos o de las instituciones. Los gobernantes corruptos y deshonestos, si han sido elegidos por los ciudadanos, son legítimos. Han perdido la credibilidad pero no la legitimidad y los ciudadanos se encargarán de renovarla, de sancionarla o de retirarla, en la primera ocasión electoral o democrática que se presente. Lo que no impide la acción de la justicia entre periodos. Porque también la conducta moral se elige, se vota y se presenta a las elecciones
. Lo que hace la izquierda es provocar la instabilidad hasta que ella llegue al poder. A partir de ahí todo se convierte en inmovilidad, totalitarismo y silencio para ellos. Lo que está en crisis es la razón moderna, los movimientos culturales desarrollas por ella. Aprovechando el descontento fundado y real de la población, pretenden apropiarse de la opinión de la clase media para introducir en su mente factores de duda y de desconfianza en la democracia. Adoptan posturas muy críticas respecto a una sociedad que ellos han contribuido a crear. A través del concepto, digno y respetable, de derechos humanos, han identificado la democracia con un liberalismo absoluto e ilimitado al que se añaden el ingrediente del egoísmo y del utilitarismo atizado por el capitalismo. Todo ello, lleva consigo el cuestionamiento y la desconfianza directa en el derecho, en la moral, en la religión, en los valores de uso y tradición cultural. Destruyen ideales, sustituyen motivaciones y los ciudadanos se sienten inseguros y desorientados. Ni siquiera el pensamiento, la educación y las ideas son fuente de seguridad. Suprimen lazos y compromisos nacidos de las instituciones. La lucha contra ellas se presenta como una exigencia de liberación personal y social pues los ideales y aspiraciones trascendentes son vistas como imposiciones interesadas. La falta de creencia en deberes constitutivos de la democracia degenera en un relativismo asfixiante donde todo es condicionado, permitido y nada hay absoluto excepto la libertad. El único hecho cierto es dudar de todo sin dudar de nada porque ellos, que dudan de todo, no dudan de lo que piensan.