La crisis económica

15/01/2012 - 00:00 Atiliano Rodríguez


  Hace unos días despedíamos el año 2011. Para muchos fue un año especialmente duro y difícil debido a las nefastas consecuencias de la crisis económica y financiera que, desde hace algún tiempo, está afectando a España y a otros países del mundo. La pérdida constante de puestos de trabajo está provocando miedo ante el futuro, crecimiento del número de pobres, desánimo ante las dificultades para encontrar un puesto de trabajo y desconfianza ante las potencialidades del ser humano.


  Por otra parte, los encuentros de los presidentes de los países de la Unión Europea para buscar una salida a la crisis económica terminan con frecuencia sin acuerdos estables y sin soluciones definitivas. Los analistas económicos ofrecen distintos caminos a recorrer para afrontar los problemas fiscales, laborales y financieros, pero estos caminos pasan siempre por renuncias y sacrificios, que no resulta fácil asumir cuando se viene de una situación de bonanza económica y de bienestar material.


  ¿Qué hacer ante esta situación?. ¿Podemos quedarnos únicamente en la búsqueda de soluciones puramente técnicas para superar la crisis? Con tanta insistencia en la crisis económica, ¿no estaremos reduciendo la vida a los aspectos económicos, olvidando que el ser humano, además de recursos materiales, necesita otros resortes para vivir, para afrontar con esperanza la crisis económica y para colaborar a la solución de la misma?. Ciertamente, es necesario encontrar soluciones justas y estables a los problemas económicos para que todos puedan vivir con dignidad, pero el ser humano es más que economía. De hecho, si analizamos las causas últimas de la actual crisis económica, podemos descubrir que, más allá de la misma, hay demasiada mentira, excesivo egoísmo, mucha corrupción, olvido de la justa distribución de los bienes de la tierra y desprecio de la dignidad de las personas.


  Por lo tanto, tendríamos que reconocer que, detrás de la crisis económica y financiera, existe una alarmante crisis de valores, de planteamientos antropológicos, de ética y de fe. Concretamente, si pensamos en Europa, no resulta difícil descubrir la pérdida creciente de su identidad, la cerrazón de los europeos a la trascendencia, el desprecio del bien común, el olvido de las raíces cristianas y de los valores permanentes que la han mantenido cohesionada y la han hecho grande.


  Ante esta realidad, muchos consideran que es urgente impulsar en la sociedad y, más concretamente en los jóvenes, un conjunto de valores que puedan fundamentar sus proyectos y decisiones ante el futuro. Sin embargo, ¿no parece una gran contradicción que los países de la Unión Europea defiendan la necesidad de estos valores y rechacen el cristianismo que ofrece valores absolutos y permanentes?. Si de verdad deseamos superar la crisis económica, no deberíamos ocultar a Dios del horizonte del hombre y de la historia, puesto que, como nos recuerda Benedicto XVI, “existen anhelos y exigencias del corazón humano que solo en Dios encuentran comprensión y respuesta”.