La Cruz

03/04/2012 - 17:43 Redacción

En el corazón de la Semana Santa los cristianos celebramos la entrega libre y amorosa  del Señor en la cruz por la salvación de la humanidad. De este modo la cruz, que era vista como instrumento de muerte y de condena, se convierte ahora en árbol de vida y de salvación. La muerte del Señor en la cruz la convierte en el símbolo, por excelencia,  del amor misericordioso de Dios, que tiene el poder de vencer el odio y la violencia para crear la  fraternidad universal.

La contemplación de este misterio de amor impulsó a los apóstoles y a los primeros cristianos a predicar con gran valor a Cristo crucificado, como fuerza y salvación de Dios, ante el escándalo de los judíos y el desprecio de los paganos (I Cor 1, 23). En nuestros días la cruz de Cristo sigue siendo piedra de escándalo para muchos hombres y mujeres, que desearían su desaparición de la escena pública. Incluso, en alguna ocasión, ha sido presentada como objeto de burla y de mofa.

Desde la cruz, Cristo sigue llamando a las puertas de nuestro corazón para que las abramos de par en par a su amor y para que descubramos su presencia en los momentos de gozo y sufrimiento. Con mucha frecuencia hoy estas puertas permanecen cerradas por la indiferencia religiosa y por el alejamiento de Dios. Es más, esta cerrazón ante el misterio de la cruz de Cristo está provocando en distintos lugares del mundo la marginación, la persecución e incluso la muerte de aquellos que se confiesan seguidores del Crucificado. El odio y la mentira, que llevaron a Cristo a la cruz, siguen provocando violencia y muerte entre sus seguidores.   

Ante la contemplación de esta realidad, tendríamos que preguntarnos: ¿Qué espera el Señor de nosotros?  Sin duda, el Señor espera que aceptemos su amor y que correspondamos al mismo ofreciéndolo a nuestros semejantes en cada momento de la vida. Pero, además, el Señor espera que seamos capaces de abrir el corazón al sufrimiento de tantos hermanos y que les ayudemos a llevar sus pesadas cruces. La contemplación de Cristo, clavado en el cruz, tiene que impulsarnos a aliviar los dramas de la soledad y del abandono de nuestros semejantes, y tiene que hacernos salir de nuestro individualismo para luchar contra las heridas infligidas a la dignidad humana y contra el desprecio a la vida en todos sus estadios.

La Santísima Virgen, la Madre Dolorosa, permaneció en pie al lado de la cruz uniendo su dolor al dolor del Hijo. En medio del sufrimiento renueva su sí al Dios que de forma incomprensible había elegido el camino de la cruz para ofrecer la salvación a la humanidad. Que María nos ayude a cargar cada día con nuestra cruz, a no escandalizarnos de ella y a seguir a Jesucristo por el camino de la obediencia y de la fidelidad a la voluntad del Padre. De este modo podremos participar en plenitud del triunfo de Cristo sobre la muerte y de la alegría de la Pascua. Con mi sincero afecto, felices celebraciones del Triduo Pascual.