La democracia de partidos

10/03/2016 - 23:00 Jesús Fernández

Sin partidos no hay democracia pero sin democracia tampoco hay partidos. En la cultura actual y occidental esta situación se denomina democracia parlamentaria. El Parlamento es el centro de la democracia, querido o fijado por la Constitución. Entre nosotros está muy desprestigiado. Esta concesión de valor y dignificación de su función no ha sido bien interpretada y realizada por ellos pues están lejos de haberla cumplido. Dadas las distorsiones y abusos cometidos por sus dirigentes, han perdido toda estima, credibilidad y atracción. La urgente necesidad de rehabilitar la política comienza por rehabilitar la existencia y funcionamiento de los partidos cuya esencia hemos situado en ser intermediarios entre el Estado y la sociedad. Hoy parece que son más parte del Estado, su brazo o extensión, que deudores o representantes de los ciudadanos.
En un sistema democrático existen cuatro momentos muy importantes de su funcionamiento. Primero, discusión y formulación de propuestas y decisiones políticas. Segundo, cumplimiento y realización de tales decisiones o programaciones. Tercero, seguimiento, control y verificación de esas propuestas y decisiones. Cuarto, reclutamiento y elección de las personas que compongan los órganos de gobierno. En cuanto al prior nivel, los partidos tienen que detectar y presentar los deseos, las propuestas, las necesidades y las posiciones de los ciudadanos sean o no miembros de ellos. Esta es la función articuladora de los intereses de la población. Cuanto más heterogénea e interclasista sea la militancia y pertenencia a los partidos, más fácil resulta dicha función. La función siguiente de los partidos consiste en hacer compatibles los intereses de diferentes grupos opuestos entre si. Es una función de integración y no de enfrentamiento y división. Una tercera misión de los partidos radica en su función de agregación, de colaboración y diálogo que termina en transmisión entre la sociedad civil y los gobernantes. Resumiendo, los partidos en una democracia parlamentaria, tienen una función mediadora como instrumentos de participación, información, integración, agregación, articulación, transmisión de los intereses de todos los ciudadanos sin discriminación entre los propios miembros o electores.
Existen tres causas fundamentales por las que se introduce la inmoralidad en la política, a saber, la riqueza, la vanidad y, en tercer lugar, la soberbia. Todo ello provocado por la ambición y la apetencia de poder. Toda esta descripción antropológica no define sólo la actividad pública de los ciudadanos sino el conjunto de relaciones humanas en la sociedad, aunque todo ello termine en una verdadera sustracción o robo del dinero público para enriquecerse a nivel privado. Lo grave no es que haya corrupción en la política. Lo peligrosos es que los jóvenes sólo se sientan atraídos por ella como ocasión y posibilidad del negocio rápido e inmediato que llamamos corrupción. El poder político se mezcla y confunde con el poder económico y pasa a la administración pública de las instituciones convertidas en instrumentos de enriquecimiento personal.