La distracción del independentismo

12/11/2012 - 00:00 Feliciano Mayorga

 
 
  El órdago soberanista planteado por el presidente de la Generalitat , Artur Mas, con el apoyo de buena parte de la sociedad catalana, al Gobierno español, ha añadido una enorme dosis de inquietud a un panorama ya suficientemente sombrío por el efecto de los recortes. Sin entrar a valorar la legitimidad de la pretensión independentista ni su viabilidad –me considero defensor de un modelo de federalismo solidario–, no puedo sino censurar su lamentable inoportunidad.
 
   1.- Distrae la atención del verdadero conflicto que la crisis plantea, que no es el del autogobierno nacional sino el del autogobierno social, es decir, el de si el Estado ha de servir al interés de los ciudadanos o al de los mercados, y no el de cuántos Estados sería justo constituir. La primera cuestión es políticamente más esencial que la primera y creo ser honesto al afirmar que preferiría ser un ciudadano con derechos y protecciones plenas en un estado extranjero que desempleado y súbdito en el propio.
 
  2.- La urgencia de las reivindicaciones soberanistas solo podría estar justificada cuando la parte presuntamente ocupada estuviera en grave inferioridad de derechos, libertades y prosperidad respecto a la parte ocupante. Si tenemos en cuenta que la renta per capita en Cataluña en el 2011 fue de 27.300 euros frente a la media nacional cifrada en 23.271, y a los 16.149 de Extremadura, surge la sospecha de que la verdadera motivación de la urgencia no sea la romántica sublevación de la colonia contra la metrópoli, sino el desnudo interés económico: el deseo de la parte rica de reducir su contribución a la parte pobre.
 
 3.- El debate identitario hace que el conflicto vertical entre élites financieras y ciudadanos oprimidos se soslaye en beneficio del choque horizontal entre catalanes pobres y españoles pobres, que la indignación por las injusticias sociales se sublime en odio patriótico, que la transformación social se sustituya por la confrontación nacional, que la lucha contra el desmantelamiento del estado de bienestar se convierte en agria disputa entre las víctimas de dicho desmantelamiento.
 
4.- La rivalidad nacionalista, lejos de debilitar a los gobiernos conservadores que la provocan, tanto de España como de Cataluña, responsables de los recortes y rehenes de los mercados, les dará cohesión y legitimidad. Dada la visceralidad que involucra este tipo de conflictos, todos, ciudadanos de izquierdas y derechas, cerraremos previsiblemente filas en torno a nuestros respectivos comandantes en jefe, sea Rajoy o Artur Mas. Nuestra procedencia será más importante que nuestra condición. De este modo los efectos devastadores de las políticas neoliberales dejarán de ocasionar el merecido desgaste a sus gestores -esa ha sido precisamente la astuta estrategia de Artur Mas.
 
5.- El conflicto nacionalista, por su propia naturaleza no puede ser dirimido por medio de un referéndum de autodeterminación, ya que tendría que ser deslindado previamente cuál es el ámbito en el que éste debe realizarse, Cataluña o España. ¿Corresponde el título de pueblo soberano al territorio que reclama la secesión o al que se considera con potestad para otorgarla? Dilema irresoluble en términos estrictamente democráticos -la democracia confiere legitimidad a la mayoría de las respuestas, pero no establece quién, el todo o la parte, tiene legítimamente derecho a la pregunta-, por lo que corre el riesgo de desembocar en un estallido de violencia.
 
6.- Es ingenuo pensar, y éste es tan solo un argumento pragmático, que el nacionalismo español cederá pacíficamente, en términos económicos o policiales, a las pretensiones del nacionalismo catalán. Y Artur Mas lo sabe, o debería saberlo. Lo que lo convierte en un necio o un irresponsable o ambas cosas a la vez. .
 
  Así, en materia de empleo y según las previsiones de la Fundación de las Cajas de Ahorro, actualizadas a noviembre de este año, la tasa de paro será en 2012 del 24,5% y en 2013, del 26,1% (EPA/% población activa Ante este sombrío panorama, y dado que el gobierno insiste casi en exclusiva en medidas de recorte, qué deben hacer los trabajadores, qué debe hacer la sociedad española, en general. ¿Asumir que no existen otras posibilidades de actuación y que hemos de sufrir, cual plaga bíblica, todo lo que acontezca? ¿Confiar ciegamente en las medidas del Gobierno, a pesar de la tozudez de los resultados? Obviamente, no.
 
  Sin esperanza es difícil hacer sacrificios y estos están siendo enormes, en especial para las personas más desfavorecidas. Millones de personas están sufriendo unas condiciones de vida brutales y tenemos la obligación de ofrecer alternativas válidas. Como instrumento de presión para defender los intereses de los trabajadores o para expresar la rotunda disconformidad con las medidas antisociales adoptadas por el Gobierno y otros poderes públicos, la convocatoria de una huelga es el único camino abierto en el momento actual. Algunos dirán que no es momento de huelgas, sino de arrimar el hombro.
 
  ero obvian decir que quienes más están sufriendo las consecuencias de esta crisis llevan toda la vida arrimando el hombro. Otros dirán que no servirá de nada, bien por la obstinación del Gobierno o bien porque no existe margen de maniobra, pero todos conocemos otras medidas y actuaciones que pueden llevarse a efecto en la situación que vivimos. Es hora, pues, de movilizarnos contra la desesperanza y de acogernos a nuestro derecho de huelga, reconocido por el artículo 28 de la Constitución.