La Epifanía
06/01/2012 - 00:00
La celebración litúrgica de la Epifanía del Señor nos recuerda la manifestación de Jesucristo a los pueblos gentiles. Los Magos, venidos de Oriente, son los primeros representantes del paganismo que, guiados por la estrella, dirigen sus pasos al portal de Belén, reconocen al Niño como al Mesías de Dios y se postran ante Él en actitud de adoración. Con la venida de Jesucristo, Dios se manifiesta en la historia como la Luz del mundo y como el Salvador de todos los hombres. De este modo se superan las barreras de la raza, de la sangre, de la cultura y del color de la piel.
Desde los primeros momentos, la Iglesia, cumpliendo el encargo del Señor, ha tomado conciencia de la necesidad de anunciar y mostrar a Jesucristo a todos los pueblos de la tierra como el único Salvador.
Desde la íntima comunión con su Señor, la Iglesia tiene la misión de salir hasta los confines de la tierra para darlo a conocer y para llevar a los hombres al encuentro con Él. Ahora bien, para el cumplimiento de esta misión, todos los cristianos debemos buscar con tesón la verdad, el bien y la luz que viene de lo alto.
En nuestros días, Dios sigue manifestándose y saliendo al encuentro de cada ser humano en la pobreza del Niño, en su Palabra, en las celebraciones sacramentales y en los hermanos, especialmente en los más necesitados. Pero, en ocasiones, parece que nos cuesta reconocerlo. La obsesión por la consecución del poder y de la riqueza ha impulsado a muchos a cerrar el corazón a la luz.
En otros casos, la huida de los valores absolutos y el conformismo con los criterios del relativismo han llevado a bastantes personas a perder el interés por la búsqueda de la verdad. En el mejor de los casos nos conformamos con un conocimiento superficial de Jesucristo y con alguna práctica religiosa en determinados momentos de la vida, pero no acabamos de aceptar con gozo que Él sea la luz y la norma de nuestros pensamientos y comportamientos.
Ante la constatación de esta realidad, el Papa Benedicto XVI, siguiendo los pasos del beato Juan Pablo II, está invitando a toda la Iglesia a emprender una nueva evangelización. Con ello, nos está recordando que, aunque el Evangelio siempre es nuevo, sin embargo es necesario encontrar nuevos métodos y nuevas formas para mostrarlo a los demás. Hoy, los evangelizadores no solo han de hablar de Cristo como la verdadera luz del mundo, sino que han de ser testigos de la Luz con la luminosidad de las obras.
Mientras no surjan estos cristianos, buscadores de la verdad y transformados interiormente por el encuentro con Jesucristo, no será posible mostrar el verdadero rostro de Cristo ni disipar las oscuridades en las que viven muchos hermanos.
María, modelo de la Iglesia, nos invita con sus palabras y comportamientos a ser dóciles discípulos de su Hijo. Que Ella interceda por todos para que no tengamos miedo a acoger a Jesucristo como la Luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo, y para que, a través de nuestros actos y palabras, dejemos traslucir la presencia viva de Jesucristo en medio de nuestro mundo.