La estabilidad política

21/10/2013 - 00:00 Jesús Fernández

 
   
  Está muy arraigada en la conciencia democrática de nuestra sociedad la aspiración a una estabilidad económica como escenario donde se desarrollen las relaciones de producción, distribución, consumo, financiación y contribución a la vida comunitaria. Todos entienden que dicha estabilidad precede al crecimiento. Sin embargo, ese sentimiento no es tan profundo cuando hablamos de la necesidad de una estabilidad política en las acciones de gobierno. La confrontación entre partidos y organizaciones llega a tal grado que la vida política transcurre entre oposición, desestabilización, supresión, derogación de iniciativas y decisiones procedentes de las ideas o programas del contrario. Y así los parlamentos, los gobiernos se pasan la vida haciendo y deshaciendo lo que otros anteriores, a su vez, hicieron y deshicieron en su día. Este proceso se denomina piadosamente reforma pero en el fondo es destrucción y revolución.
 
  Es verdad que los fundamentos más fecundos y profundos de una estabilidad política están en la Constitución. Todos los países, todas la democracias deben dotarse de una Constitución como punto de partida del diálogo y de la alternancia política. En ella encuentran solución tanto las discrepancias como las coincidencias. Pero no es suficiente. Es verdad que hemos dejado atrás los tiempos en que las alternativas de gobierno consistían en alumbrar e imponer una nueva Constitución. Avanzando en la senda constitucional de la actividad política, tenemos que decir que la estabilidad siempre es un bien pues despeja incertidumbres en el ciudadano y ofrece capacidad de previsiones para su actividad y proyectos de futuro. Dicha estabilidad política deberá ser el reflejo de la seguridad jurídica que todos sintamos viviendo en un Estado de derecho.
 
  Ahora nos corresponde la tarea de aplicar y extender dicho consenso y estabilidad a otros ámbitos y contenidos de la convivencia social llena de intereses, pluralismo y diversidad. La imagen y la vida diaria de los partidos no puede consistir en un permanente reprochar, negar y obstaculizar la solución de los problemas creados por la convivencia y agravados por las actitudes de recriminación, acusación y revancha mutua. Gobernar es, de alguna manera, tomar el relevo y continuar las acciones tendentes a servir y mejorar la vida de los ciudadanos. En el fondo, toda política tiene que ser continuadora y renovadora pero no dialéctica, destructiva y contradictoria. Por el contrario, muchos ciudadanos tienen la sensación de que las decisiones políticas son un juego intrapartidos y responde a sus luchas particulares. Sin embargo, está demostrado que los ciudadanos olvidan a los gobernantes que olvidan a los ciudadanos. Así no hay progreso. Así, pues, nos encontramos ante la doble necesidad de estabilidad y transformación de los sistemas políticos y democráticos. Esta es nuestra situación y perspectivas.
 
  Todos tenemos la obligación de contribuir a crear un clima donde sean posibles tanto la estabilidad como la transformación de la convivencia social. Esta es la tarea principal de la política actual y de sus responsables a todos los niveles. Hay que distinguir muy claramente entre Estado, regímenes y sistemas. No estamos hablando de lo mismo. Igualmente no es lo mismo sistema que organización de los partidos. Es necesario contribuir a la estabilidad del Estado al mismo tiempo que se transforman los partidos, los sistemas de partidos y su organización.