La feria del poder
En eso hemos convertido el pluralismo y el diálogo democrático. Cada día aparecen o pululan por el recinto patrio grupos nuevos o grupúsculos que se autodefinen como formaciones o partidos políticos. Son muchos los que quieren lanzarse al ruedo como aficionados y probar suerte en la política con mensajes troceados, buscando un hueco en el mercado de ofertas. No les guía otro objetivo que alcanzar una parcela de poder en este inmenso solar subastado en que se ha convertido la sociedad donde no valen las ideas sino las ocurrencias y los sentimientos reprimidos. Otras veces es el desengaño o el despecho de sus compañeros de partida o de partido y conmilitones. Unos tienen su origen en la disidencia interna. Otros en la exclusión y rechazo. Otros en la nostalgia o en la competencia. Existe todo un análisis psicológico del proceso de entrar en la política activa por parte de algunos ciudadanos y profesionales. Se adquiere relieve, se consigue publicidad, se gana un lugar en los medios de comunicación, se extiende o se multiplica la imagen propia saliendo del anonimato y de la monotonía diaria. Y por el camino se puede llegar a ocupar algún puesto remunerado. Todo menos el objetivo de trabajar, servir y procurar el bien común de la sociedad. Luego está la democracia reactiva. A la primera fase del descontento social, le siguió una ola de entusiasmo hacia los nuevos profetas, populistas y embaucadores, agitados por el viento de la renovación pero, sobre todo, alimentados por la ambición del dinero y los recursos procedentes del exterior, de enemigos compartidos. Pasada esa primera sensación de nuevas expectativas, seguimos en la misma alineación de grupos en forma de mafias y clanes, de castas y privilegios, de prácticas oscuras. De sistemas alternativos nada. Todo es continuidad y coincidencia en egoísmos e intereses particulares y materiales con otros grupos y formaciones. Los nuevos políticos trabajan poco, buscan y reciben prebendas y tienen actitudes opacas en sus percepciones. Se está devaluando y frivolizando la tecnología democrática con la formación de microprocesadores de la voluntad popular con grupos minoritarios que fraccionan el mensaje selectivo. Nadie cree en las grandes líneas de los sistemas antropológicos o sociales (lo que entendemos por humanismo integral) sino que estas formaciones pequeñas se dedican, igualmente y de acuerdo con su tamaño, a pequeñas formulaciones que atraigan a un determinado segmento de población que tiene sus problemas y frustraciones. Tienen que alquilar la ideología y pedir prestada la infraestructura comunicativa y organizativa para poder conectar con las conciencias para conseguir adeptos. Concurren al mercado de derivados con otras marcas pero son distintas.