La función

12/02/2016 - 23:00 Francisco Morales

Este mes es por el que transitamos ahora, está lleno de espectáculos coloristas y pintorescos, y en estos momentos en que acaban de entregarse los Cabezones – dicen los actores, actrices, directores, guionistas y productores de este mundillo -, correspondientes a la XXXª edición de los Goya de este año, se me ha ocurrido la idea de que hablar de cine es algo obligado para quien ve la vida con los ojos abiertos a esta realidad cultural. Ya ha terminado esta muestra y a mí me llama poderosamente la atención el hecho de que se dé en esta ceremonia un trato deferente a la gente que ha dedicado su vida a esta profesión. Y así, con los Goya de honor, se recompensa esta actividad básica en el momento actual.
Esta actitud me parece fundamental para apreciar el pasado, y para aprender y apropiarse de él. La postura contraria sería suicida. Cuando van desapareciendo los viejos maestros en cualquier orden de la vida o en cualquier campo del saber, eso produce una sensación de vacío que, a mi juicio, debe evitarse. Sea, por ejemplo Luis García Berlanga, que fuera presidente de honor de la Academia. Lo lógico es ponderar el valioso papel de los eslabones, sin despreciar la continuidad de la marcha.
Del cine, que es, antes que nada, un medio de comunicación sustantivo para el empuje de la vida, suele decirse que es también un modo de comunicación para sordos, en el sentido de que en él predomina el poder de la imagen sobre las otras sensaciones, aunque evidentemente no están excluidas, sino que, en determinadas dosis, pueden y deben complementarse. Y más todavía en esta sociedad en que hay un exceso de información, pero simultáneamente, un déficit de formación integral.
Un peligro real que se advierte en algunas de las películas que conforman este medio es que tratan de demasiados hechos sin entrar en la profundidad de los mismos, apartándose así de la experiencia humana. De este modo, el cine está expuesto a un trato somero y trivial de la realidad, cuya variedad compleja puede hacerse banal y frívola. Y no es que yo menosprecie el valor del entretenimiento, sino tan sólo el comportamiento tendencioso y parcial de este arte a cuyo carro y plataforma pueden subirse los vendedores de cualquier tipo de mercaderías.
Enlazando con esta dimensión un tanto lúdica o de diversión, que por cierto se da en todo tipo de creación artística, hay que señalar además otros grupos de funciones, como es el caso de la función expresiva, de carácter emocional, así como de la condición apelativa o persuasiva del arte. Estas dos categorías tienen una índole de tipo marcadamente sensorial, con un sesgo cercano al mundo animal.
Ahora bien, hay otras vertientes del arte que son específicamente humanas, cuales son la relativa a la misión representativa o referencial, y la que se refiere de un modo directo al campo poético o estético. No se trata de poner ejemplos que cada cual puede entresacar de la enorme producción cuantitativa, inflación que, en muchas ocasiones, puede parecernos abrumadora. Todos podemos espigar una serie de películas que, en diverso tiempo y lugar, cumplen a la perfección con los requisitos de los que se trata. Y que muchas veces suelen ir juntas en las grandes obras. Esto es, no son excluyentes, sino complementarias.
Ya hemos visto con anterioridad que el arte del cine es un medio extraordinario, tanto para mostrar y abordar la realidad, como para esconderla u ocultarla. Los cineastas que conocen la técnica son capaces de poner la cámara en determinada posición para lograr el efecto propuesto.
Hace poco tiempo el Director Manuel Gutiérrez Aragón tomó posesión del sillón F en la Real Academia Española, y está muy bien que lleguen hasta allí los cineastas que puedan explicar a los hablantes de español los temas relativos al lenguaje fílmico que, aunque originales en el fondo, desarrollan y completan los que atañen al lenguaje literario. Ellos son también narradores primordiales de la vida, pues que la retratan, a veces, con total nitidez.
Es curioso el hecho de que en todos los países más desarrollados del ámbito europeo y americano y de todo el mundo – diría yo - exista una Academia del Cine. Es bastante lógico que exista esa institución capaz de defender los intereses relacionados con esta parcela de las Bellas Artes, o el séptimo arte y que, anualmente, concedan los Premios que, con distintos nombres, incentiven a las personas que hacen posible la formación de la sociedad a la que pertenecen. Aquí existe ese correlato, y se conoce con el nombre de AACCE, que es la Academia del Arte y de las Ciencias Cinematográficas de España, hoy dirigida por el actor Antonio Resines. Muchos especialistas, hombres y mujeres que han destacado en distintos sectores de esta profesión, han estado al frente de la citada Academia durante los treinta años que hace que lleva funcionando.
El cine es una de las poquísimas artes que son capaces de cambiar por completo al ser humano, contando con sus recursos propios y originales: sus imágenews bien tratadas, sus silencios estratégicos y su técnica depurada. De este modo se puede conseguir la transmisión y el reflejo de una visión global del mundo que vivimos y que nos interesa.