La hora de la verdad
Excepción hecha de las primeras elecciones de la democracia en las que nos jugábamos tanto, ya que suponían un cambio drástico de sistema en la política española, nadie podrá negarnos que los comicios que tenemos a la vista, casi cuarenta años después, les siguen muy de cerca en importancia; de ahí la expectación que se está produciendo entre los españoles a la vista de lo que pueda pasar como secuela de los graves errores cometidos por nuestros políticos, tanto en éste como en el anterior gobierno de la nación. El motivo principal no es otro que el alto grado de corrupción detectado en ciertos sectores de la política, tanto en uno como en otro de los partidos que han venido ostentando el poder. Por otra parte, el hecho de que se hayan quedado sin cumplir muchos de los compromisos y promesas electorales de importancia, agravado sustancialmente por la crisis económica y laboral que seguimos padeciendo, produce en consecuencia la extraña situación a la que se ha llegado, pues se habla de que un treinta por ciento de la masa electoral no sabe a estas alturas por quién decidirse, siendo millones de votantes los que se encuentran envueltos en una incómoda situación de orfandad al sentirse engañados, que no consiguen superar. Votantes fieles, seguros, por cuyo ánimo ronda un estado de penuria y malestar que podría convertirse en una decisión final nada conveniente, la de no acercarse a votar, o en otro caso hacerlo en favor de cualquiera de los partidos emergentes, sin experiencia alguna, a los que sin haber tocado poder, se les han empezado a manifestar sus primeros errores. Como ciudadano de a pie al que le importa el bienestar de su país y que se siente incluido en ese alto número de españoles que no saben a qué carta quedarse, he pensado detenidamente por quién decidirme, de manera tal que las cosas se me han ido aclarando, creo que de forma razonable, teniendo en cuenta que las elecciones a las que somos llamados tienen características particulares según su cometido; pues en algunas de ellas entra muy en juego el perfil de las personas propuestas y lo que de ellas conocemos, guiados por la experiencia. No es justo, y mucho menos conveniente, que los errores cometidos por los altos representantes de los partidos políticos los sufran aquellos que en una escala menor, con el aval por delante de su gestión ya conocida y con una garantía personal que nos convence, se vean perjudicados en el resultado electoral el día de las urnas. Considero que jamás se debería negar el voto favorable al candidato a una entidad menor, tanto ayuntamiento como comunidad autónoma, porque el líder de su formación política haya cometido errores inasumibles con repercusión grave. La política municipal, que es la más cercana a nosotros, queda a años luz en su tratamiento y responsabilidad de aquella otra de alcance nacional, de la que en todo caso es un ligero reflejo. Tiempo habrá de poner las cosas en su sitio, de dar a cada uno lo suyo si las circunstancias no cambian, y de cumplir con lo que a cada cual le dicte su conciencia; ocasión que tendremos meses después para manifestar en las urnas el que consideramos nuestro recto sentir, que en el fondo es ejercer en nosotros mismos y en la sociedad a la que pertenecemos, el querer del pueblo, fundamento y base de toda democracia.