La mirada cercana de El Peco

19/09/2015 - 23:00 Antonio Yagüe

Para el libro de familia, comunión, instituto, DNI, boda… Uno no era nadie en todo el Señorío hasta que no posaba ante la cámara del Peco. Con la cortina blanca detrás o al aire libre en algún evento religioso o social. Con clics certeros y ajustados como disparos. En su estudio o cuando se desplazaba a los pueblos con una destartalada moto y luego un Seat 600, para ser testigo de lo mejor de nuestra tierra hasta los años 80. El recuerdo me llega con un libro, editado con primor y solvencia de medios por la Diputación de Guadalajara, prologado por excelentes plumas, que me ha pasado el maestro, paisano y amigo Andrés Berlanga. “Algunas imágenes, sobre todo en días de fiesta que se vivían con especial intensidad, son toda una descripción sociológica de la época ”, advierten Romualdo Pinilla y Carlos Sanz Establés. Rostros curtidos que, como en el relato de Delibes, llevan el pueblo escrito en la cara; jóvenes danzantes, muleteros, mozas en la fuente o listas para ir al baile, quintos, picoletos de los de antes con su tricornio, curas con bonete, monaguillos, rondas, los Brincos actuando en Corduente, Rocío Dúrcal de visita a Molina… Cada una de esas fotografías son como un pellizco en el alma, que nos evocan un pasado que parece ayer mismo y que volvemos a ver a través del objetivo del Peco, en rincones y situaciones que hemos soñado tantas veces. En blanco y negro, como quedaron grabadas en nuestra mente. La mirada cercana de Peco, a través de sus fotos, atrapó momentos decisivos de nuestra existencia. Artistas como él sienten la necesidad -al margen del formalismo de cada instantánea- de captar y entender el mundo que les rodea, atrapar la vida como si su cámara intentara detenerla. Así él detuvo muchos momentos de las nuestras. Pocos fuera de la familia le llamaban por su nombre. Decía que no le importaba. Recuerdo que mi padre lo hizo con un “¿Cómo va la vida, Eugenio”? una gélida mañana mientras subíamos resoplando y tosiqueando (¡maldito tabaco!) al estudio que tenía en la azotea para hacerme las fotos de mi primer pasaporte verde, que todavía conservo. “¿No irás a Francia pa quedarte? Gracias a vosotros majos, que vaya bien”, nos despidió.