La mujer en el medio rural
Cierto que la mujer ha sido tradicionalmente la espina dorsal del mundo rural, como ha dicho la presidenta Guarinos en la clausura de un reciente Encuentro Provincial de Mujeres organizado por la Diputación. Pero también lo es del mundo urbano. Menandro, trescientos años antes de Jesucristo, dijo que la mujer es la sonrisa de la Naturaleza: es sostén del hombre en los dos extremos de su vida, y ,en el centro, el placer. Sobre la mujer se ha escrito todo, y lo mismo podría recoger aquí una cosa como la contraria. Por ejemplo, San Pablo escribió en una de sus epístolas que las mujeres deben permanecer calladas en una reunión pública. Sin duda, ni se le ocurrió que una mujer pudiera presidirla. Pero no quiero apoyarme en opiniones ajenas, sino en las mías. En mis recuerdos adolescentes del mundo rural cuando las mujeres eran también no sólo la espina dorsal, sino el alma y el sostén del hogar. El hombre soltero o viudo era compadecido por sus convecinos precisamente porque al no tener mujer la casa andaba manga por hombro y sabían que un hombre no daba de sí para llevar la labranza y a la vez la casa, cuidar las gallinas, dar de comer a los cerdos, llevar camisa limpia, y no digamos en verano durante la recolección, en que salían al campo a ayudar a su marido en la dura faena de la siega, sobre todo si no había peones. Influían también las mujeres en la emigración, de tal manera que donde no había mozas los mozos emigraban más. Aunque yo puedo aportar un testimonio contrario, no único, recogido en mi Memorias de un niño de la guerra con el título Mejor cola de león. Consistió en que dos jóvenes que mantenían relación formal en una aldea seguntina, a punto estuvieron de romper porque la novia exigió al novio para casarse la condición de que buscara empleo en Madrid. La gracia, o desgracia, del asunto es que el mozo era hijo único, heredero de una gran hacienda con tractor, cosechadora, automóvil y casa en Sigüenza. Pero la novia alegaba que si seguía en el pueblo no saldría nunca de ser un rústico, sin los modales de los que vivían en la capital. Así que el novio, tras el disgusto primero, y la pesadumbre de sus padres al ver que la hacienda se iba a ir al garete, accedió al deseo de la novia y se colocó de ordenanza en el Banco del que su padre era cliente distinguido por su saneada cuenta corriente. Y la novia le abrazó al verlo tan elegante con la librea, comentando que qué bien le sentaba.