La nieve

13/02/2014 - 23:00 Luis Monje

Mientras contemplaba desde mi terraza este martes el espectáculo de la nieve que caía copiosamente, aunque enseguida se atenuó, me vinieron a la memoria imágenes de mi niñez en Checa, en el Alto Tajo, en los años treinta, cuando la nieve era frecuente , y no como ahora en que ver nevar en la capital es una novedad. Podría decirse que en nuestra ciudad sólo suele haber una nevada cada invierno, y no siempre cuaja, como ha sucedido en las dos últimas, que apenas han blanqueado los tejados. En las Serranías de Ayllón y de Molina las nevadas son frecuentes. De todas formas ahora no nieva como antes, como decimos los viejos, y es verdad. Tal vez influyan en lo que voy a contar mis ojos de niño de ocho o nueve años, que todo lo magnifican, pero los datos son objetivos. Porque es cierto que muchas mañanas los checanos tenían que aplicarse a abrir veredas en la nieve para que los niños pudiéramos ir a la escuela, a la que llegábamos por sendas recién abiertas en la nieve caída durante la noche, a veces con altura de casi medio metro. Ni el coche de línea de Molina ni los vendedores habituales llegaban esos días a Checa, pero la nieve no era obstáculo para que la Guardia Civil, con nieve o sin ella, dejara de cumplir sus servicios de correrías o sea de visitas de vigilancia a los pueblos de su demarcación. En una de esas noches de hielo y nieve una pareja del Puesto de Checa que iba a Orea, entonces sin cuartel, cayó en la presa del molino, enmascarada la superficie helada por la nieve, y falleció por congelación uno de los guardias.El termómetro había llegado a 22 grados bajo cero. De tarde en tarde, más de un caminante, normalmente algún mendigo temerario, aparecía congelado en la cueva en que había buscado un engañoso refugio. Los inviernos eran duros allí, sobre todo para los ganaderos, que por eso practicaban la trashumancia de sus ganados trasladándolos previsoramente a las acogedoras dehesas de Jaén. De ahí la influencia andaluza en Checa, no sólo en el carácter abierto y alegre de los checanos en sus fiestas de San Bartolomé, sino en el blancor de sus casas enjalbegadas continuamente por las mujeres al terminar el invierno, mujeres que gozaban en la comarca fama de muy limpias. Comparto el recuerdo de las nevadas de Checa en mi niñez con sendos azarosos viajes en coche al puerto de la Quesera (1.870 m. de altitud) y a los Condemios. En el primero pude retroceder y en el segundo me liberaron unos cazadores.”