La pascua del enfermo
11/05/2012 - 16:43
El domingo, día 13 de mayo, algunas parroquias de la diócesis participaron en la tradicional peregrinación al Santuario de la Virgen de la Salud de Barbatona. Este mismo día, con la celebración de la Pascua del enfermo, la Iglesia pone su mirada en todas aquellas personas que experimentan el sufrimiento a causa de la enfermedad y quiere llamar la atención de todos los miembros de la sociedad para que valoren, acompañen y respeten los derechos de quienes pasan por situaciones dolorosas a causa de la enfermedad. Ciertamente los avances de la medicina ofrecen en bastantes casos los medios necesarios para hacer frente a muchas dolencias físicas de la humanidad. Sin embargo, a pesar de los grandes progresos científicos de las últimas décadas, todos sabemos muy bien que no existen soluciones definitivas para todas las enfermedades. Como consecuencia de ello la vida humana tiene sus límites, experimenta un progresivo deterioro con el paso de los años y termina con la muerte física.
Para muchos hermanos el paso por la enfermedad provoca momentos de crisis, de soledad y angustia, que favorecen la confrontación con la propia realidad personal y que obliga a preguntarse por el sentido de la existencia humana. La Iglesia, ante esta realidad, siguiendo el ejemplo de Jesús, muestra en todo momento su solicitud por las personas enfermas.
A través de las parroquias o de otras organizaciones eclesiales invita a todos sus hijos a permanecer cerca de los que sufren, orando por su recuperación, tratando de defender su dignidad y ofreciéndoles el consuelo del amor. Los cristianos hemos experimentado en muchos momentos de la vida que quienes creen en Cristo no están nunca solos. Dios, por medio de su Hijo, sale al encuentro de cada uno de nosotros para ofrecernos la curación de las dolencias físicas y espirituales, y para acompañarnos de un modo especial en los momentos de angustia y sufrimiento. Por eso, quien invoca al Señor con fe y pide su gracia puede estar seguro de que el amor de Dios no le abandonará nunca y de que tampoco la faltará el amor de la Iglesia. Con la convicción de esta presencia sanadora del Señor resucitado en medio de nosotros, hemos de orar constantemente por todas las personas enfermas para que, en medio de sus dolencias, no dejen de mirar a Cristo y de contemplar sus sufrimientos. Así, desde la comunión con Él y con sus padecimientos, estos hermanos nuestros podrán dirigirse al Padre con la plena confianza de que toda vida está en sus manos y con la certeza de que los sufrimientos de los creyentes, unidos a los de Cristo, tendrán siempre su fecundidad para las necesidades de la Iglesia y del mundo. Pidamos a la Santísima Virgen, bajo la advocación de la Salud, que conforte a todos los que pasan por la prueba del dolor y de la enfermedad, y que sostenga también a todos aquellos que han consagrado su vida, como buenos samaritanos, a curar las heridas físicas y espirituales de quienes sufren.
Para muchos hermanos el paso por la enfermedad provoca momentos de crisis, de soledad y angustia, que favorecen la confrontación con la propia realidad personal y que obliga a preguntarse por el sentido de la existencia humana. La Iglesia, ante esta realidad, siguiendo el ejemplo de Jesús, muestra en todo momento su solicitud por las personas enfermas.
A través de las parroquias o de otras organizaciones eclesiales invita a todos sus hijos a permanecer cerca de los que sufren, orando por su recuperación, tratando de defender su dignidad y ofreciéndoles el consuelo del amor. Los cristianos hemos experimentado en muchos momentos de la vida que quienes creen en Cristo no están nunca solos. Dios, por medio de su Hijo, sale al encuentro de cada uno de nosotros para ofrecernos la curación de las dolencias físicas y espirituales, y para acompañarnos de un modo especial en los momentos de angustia y sufrimiento. Por eso, quien invoca al Señor con fe y pide su gracia puede estar seguro de que el amor de Dios no le abandonará nunca y de que tampoco la faltará el amor de la Iglesia. Con la convicción de esta presencia sanadora del Señor resucitado en medio de nosotros, hemos de orar constantemente por todas las personas enfermas para que, en medio de sus dolencias, no dejen de mirar a Cristo y de contemplar sus sufrimientos. Así, desde la comunión con Él y con sus padecimientos, estos hermanos nuestros podrán dirigirse al Padre con la plena confianza de que toda vida está en sus manos y con la certeza de que los sufrimientos de los creyentes, unidos a los de Cristo, tendrán siempre su fecundidad para las necesidades de la Iglesia y del mundo. Pidamos a la Santísima Virgen, bajo la advocación de la Salud, que conforte a todos los que pasan por la prueba del dolor y de la enfermedad, y que sostenga también a todos aquellos que han consagrado su vida, como buenos samaritanos, a curar las heridas físicas y espirituales de quienes sufren.