La procesión atea
No me gustan las prohibiciones. ¡Ninguna! He recibido tropecientos correos para que firme la prohibición de la procesión atea. No firmar tampoco es equivalente a apoyar, espero. Tampoco es exactamente que me deje indiferente. Simplemente, creo que uno tiene que ser también libre para hacer el ridículo, en la vida y en la calle. Únicamente quien atente contra el estado de derecho y las normas de convivencia se excluye a sí mismo de la legalidad. Cuando la brújula de uno pierde el Norte, es normal que se desnorte. Quiero decir que puede ir, venir, o girar en redondo, sin encontrar la meta, o la salida del barullo mental o ambiental. Pero entiendo que la familia y la sociedad juegan un papel importante. Intentar orientar, ayudar a reinventarse, está más cerca del respeto que de la prohibición. ¡No podemos sacar de la calle a todo el que discrepa en ideas, tendencias, orientación sexual o creencias! En menor o en mayor medida, como dijo el Presidente del Parlamento, José Bono, todos tenemos alguna deficiencia. ¡A nadie se le escapa que hay mucho loco suelto! Hay una degradación cualitativa y progresiva de valores en la sociedad. Es un hecho.
Posiblemente la falta de educación y de respeto está en la base, (familia y escuela). Hay una juventud desnortada por tener un problema familiar. Añadamos a esa juventud los que tienen un problema en ESO. Súmense los NI-Ni aburridos y desesperanzados. Hay además muchos (jóvenes y no tan jóvenes) que han perdido la vergüenza. Y como dice M. Fierro: si la vergüenza se pierde, jamás se vuelve a encontrar. Y a todo ese maremágnum, desde hace años, debe añadirse el estúpido adoctrinamiento ideológico, el fomento del laicismo agresivo y la impunidad, contra los ataques a la Iglesia católica. La prohibición sin más, no repone ni educación, ni valores, ni vergüenza, ni respeto. Es más importante aplicar la legalidad, cuando, una persona o un grupo provocador traspasan los límites establecidos. La izquierda no tiene un problema con Dios, lo tiene con el trabajo, con la falta de futuro y de horizontes.
He reclamado a las autoridades pakistaníes la libertad para la cristiana Asia Bibi, acusada injustamente de blasfema por el fanatismo islámico. He reclamado que se derogue la ley anti blasfemia, que permite a cualquiera acusar a su vecino, a su enemigo, sin otra justificación que su palabra de un fanático. Prueba de ello es que han acabado con la vida de su defensor. Si se atenta impunemente contra los derechos humanos, de la vida o las creencias de cada uno, o se fomenta el odio o la persecución religiosa, seguimos en la edad de piedra. O en la absoluta cobardía amparada desde el poder. Los científicos, que llaman al absoluto energía, dicen que está en todo, incluso en las piedras. Y lo atrae todo y lo une y le da sentido. Pedir que los profanos lo entiendan, sería demasiado.
Por coherencia, pues, reclamo libertad para que monten su procesión, su bautizo, su comunión, o su charlotada, sean ateos o pseudo-ateos. ¡Nada hay más triste que el vacío interior de un huérfano! No arriesgan nada. El riesgo estaría en hacer eso mismo contra el islam o alguna de sus manifestaciones. Por eso: La procesión atea es una tontería póstuma de la postizquierda. Como la Navidad pagana, la Comunión civil o el Bautismo laico. Es una apostasía de la Señorita Pepis, una gamberrada paraideológica, el último oximorón del tardozapaterismo.
Y es, sobre todo, una mala noticia para el POSE (Iñaki Ezkerra). (Oximorón, se conoce también con la expresión latina contradictio in terminis). No lo es ni para un cristiano, ni para la Iglesia Católica. ¡Dios es otra cosa! Aunque se empleen las mismas palabras del diccionario, la realidad del cristianismo es otra cosa. Nunca fue más verdad el dicho castellano, aplicable a las manifestaciones de la fe de quienes creen, o lo que sea de los que no creen: la procesión va por dentro. Si salen, que salgan. Quien debe estar vigilante de estas procesiones es la policía, y punto. Los libres, no tenemos miedo a la libertad. A los provocadores, sólo respeto.