Las otras autoridades
Concentrados exclusivamente en el análisis de las relaciones o conflictos entre autoridad y libertad, nos olvidamos de que, en la vida de los pueblos, existen otras formas de autoridad más allá de lo que se entiende por autoridad política en democracia. Nos referimos a la autoridad moral. Hay muchos centros o nidos de autoridades morales en nuestro tiempo. La familia es una fuente de autoridad. La escuela es un espacio de autoridad. Todo eso viene olvidado cuando nos centramos en identificar autoridad con poder. Históricamente, la autoritas romana (autoridad) es distinta a la potestas (poder). La primera hace relación al prestigio y ejemplaridad que irradian ciertas personas en la comunidad. Su autoridad no dimana de la fuerza o del poderío (incluso el físico) sino de las cualidades de su esfuerzo, desprendimiento o categoría humana y moral a favor de los más débiles o desprotegidos. De ahí el origen etimológico de la palabra ministro (minister o servidor). Este es el lenguaje que no se entiende hoy donde la autoridad se confunde con el dominio de las personas, de los ciudadanos, de sus bienes, convertidos en súbditos si no en esclavos, viviendo una permanente una confiscación de las conciencias, de los deseos, de las aspiraciones, de las ansias y esperanzas. El escándalo y el conflicto tiene lugar también en la otra parte, cuando hombres e instituciones presididas por el poder moral (las religiones, las iglesias) quieren simultáneamente el poder temporal en la sociedad. A veces no tienen ni uno ni otro o convierten uno en el otro cayendo en el desprestigio más absoluto. La autoridad moral va unida a las personas y no a los poderes o competencias que ejerce por un encargo o mandato político. Hemos objetivado la autoridad y la hemos despersonalizado o separado de las condiciones personales. Responsabilidad compartida. En la cultura democrática moderna estas clases de autoridad están enfrentadas y a veces son opuestas. El que tiene el poder político para mandar no tiene poder moral y quien tiene poder o autoridad moral no ostenta el poder real. Tenemos que acostumbrar a nuestra juventud a buscar otras fuentes del poder o prestigio moral y social en nuestro tiempo. Es muy peligroso alentar un rechazo de la autoridad institucional por el hecho de no estar presididas o representadas por personas de intachable conducta moral. No hay que enfrentar sino armonizar estas dos clases de poder, poder democrático legítimo y eficiente con el poder moral de las costumbres ejemplares exigibles a los que ostentan el poder temporal. Al fin y al cabo, es el mismo pueblo soberano quien concede la autoridad política y la moral a los gobernantes pues él tiene la capacidad de elegir a las personas y acreditarlas en su nombre, haciéndose corresponsable de sus actos.