Libertad bajo sospecha
No es necesario hurgar en razonamientos filosóficos profundos para considerar que la libertad es el aditamento que distingue al hombre del resto de los seres que pueblan la tierra. Nadie puede dudar que la libertad, como don exclusivo, es la que eleva al hombre al podium de su dignidad, de su condición, de manera tal que un hombre que carezca de libertad deja de serlo para convertirse en un humanoide, en una especie de animalito -dicho en el mejor sentido- capaz de razonar, pero al que por una fuerza mayor se le impide hacer uso en todo momento de ese privilegio con el que la creación o la naturaleza, tal me da, le ha distinguido. Por desgracia son el mundo miles de millones de nuestra especie a los que se les impide hacer uso de ese don específico, y aún diría más, todos lo somos en mayor o menor medida víctimas de aquellos que sin una razón humana que los avale, pero que con medios ilícitos o legales interfieren o anulan la libertad de los demás abusando de la suya, sin detenerse a considerar que todo beneficio tiene sus limitaciones bien marcadas. Los atentados intermitentes de grupos islamistas incontrolados, han conseguido crear cierto pánico en una buena parte de los países de Occidente. La escalada de violencia, en nombre de Dios, es algo que nos sobrecoge. No sólo en Europa, sino que determinados países de África los han convertido en auténticas carnicerías de cristianos por el hecho de serlo. Ninguna religión -al menos entre las monoteístas: Cristianismo, Judaísmo y Mahometismo, con sus desviaciones que las diferencian, pero con un origen común y con un Dios único para las tres- mandan matar, de manera que en la Biblia hay un mandamiento, el quinto, que expresamente lo prohíbe. Luego matar en nombre de Dios es un contrasentido castigado por la Ley como pecado grave. Cosa distinta es que por palabra u obra se provoque en cuestiones tan delicadas como es la creencia íntima del individuo o de un determinado grupo de individuos, y con ello me quiero referir a la reiterada publicación en la revista Charlie Hebdo de caricaturas burlescas a la persona del profeta Mahoma; todo un abuso por cuanto supone una falta de respeto a la fe de tantos millones de islamistas, donde bajo ninguna forma se puede justificar lo que muchos consideran libertad de expresión, sencillamente porque no lo es, una vez que transgrede la libertad de fe a la que los fieles de esa creencia tienen perfecto derecho. La reacción desmedida del grupo de asesinos, cuyo comportamiento nos ha llenado tantas veces de consternación, se intenta justificar con razones religiosas que en ningún caso tienen lugar. Los que matan cobardemente tienen un nombre: asesinos, sin buscar cobijo alguno, y menos el de su Dios. Que también se ofende, no sólo de palabra, sino de obra y por métodos que producen verdadero dolor a millones de cristianos, como son las constantes puestas en escena, diabólicas todas ellas, a la persona de Jesucristo, de la Virgen, del Papa, por el simple placer de herir a los católicos, es algo permanente a lo que el gran público suele mirar de costado, y así nos va. Es verdad que tantos de nosotros conocemos la letra de Ley y sabemos que el odio por el odio no es el camino, sino el perdón, aunque nos cuesta; y esa es la diferencia.