Los calores del verano en Guadalajara
29/08/2011 - 00:00
El calor seco de las últimas semanas de Agosto en Guadalajara suele ser agobiante y muy difícil de llevar. No es especialmente acogedor. No te saluda y te atrapa diciéndote: ven aquí y quédate conmigo. No te engancha. Es difícil superar estas asfixiantes condiciones y sobrevivir en un ambiente tan tórridamente hostil.
La verdad es que hoy tengo ganas de contaros cosas de esta tierra que, no me vio nacer, pero si me vio crecer. No sé porque, pero el verano siempre me hace volver a mi niñez y recordar todos esos momentos alegres y tristes que indefectiblemente marcarían la actitud con la que años después haría frente a mis dudas, problemas, interrogantes, preocupaciones; a la vida. Mi actitud siempre fue positiva, crítica y muy luchadora, sin olvidar disfrutar de todos esos momentos y personajes que te regala la vida. Guadalajara los tiene y vaya si los tiene. A veces resulta difícil determinar quién y qué influye más en tu personalidad y peculiaridad a lo largo de tu vida. Pienso que el dónde naces marca mucho tu peculiar forma de ser; pero el donde paces, lo moldea mucho más.
La falta de trabajo provocó que mucha gente emigráramos del pueblo. Mi familia fue una de ellas. Recuerdo como siendo una niño tuve que dejar, mi casa, mi colegio, mis costumbres, mis amigos, mis vecinos, mi leche de vaca recién ordeñada, mi pan de hogaza calentito hecho en horno de leña, mis calles frías, mis pinares, mi nieve y empezar una nueva vida aquí, en tierras entonces extrañas.
Adaptarse, no es fácil pero tampoco difícil si tienes claro tus objetivos y luchas fuerte con una predisposición positiva a la nueva vida. Siempre he creído que al ser el hermano pequeño, era el más mimado y protegido.
Posiblemente así haya sido. Los mimos que uno recibe en la niñez, creo que nos convierte con frecuencia en adultos muy empáticos y nos posibilita el ponernos en los zapatos de otros para comprobar sus sensaciones. Esto me permitió hacer nuevos amigos, aquí en tierra hostil y extraña. Mi niñez fue divertida, y gracias a la decisión valiente de mis padres por emigrar, menos fría, meno dura y muy alegre. Uno de los momentos que más sufrimiento me produjo fue la muerte de mi madre; yo entonces aún era muy niño y ella lo era todo para mí: mi educación, mi disciplina, mi diversión, mi entretenimiento, mi defensa, mi vida. Me alimentaba la certeza de que siempre podría contar con un regazo acogedor en las batallas de la vida.
Era aún dependencia, yo tan solo era un quinceañero, cuando ella murió. Con su ausencia me quedé profundamente roto en mi necesidad afectiva y tengo que reconocer que, si antes de su muerte nunca había experimentado soledad, después de ello, esa soledad afectiva sí que me ha mordido con una cierta asiduidad. Sin embargo, la soledad no ha sido la única herencia que me dejó mi madre al morir. La mejor herencia, fue las ganas de luchar, de vivir en armonía en Guadalajara -a ella le gustaba la nueva tierra-, la esperanza y la fuerza para enfrentarme a lo injusto y a lo irracionalmente establecido. Ella me dejó un lugar y una manera de vivir.
Afortunadamente esos rotos de soledad fueron remendados por otros seres que se encargaron de zurcir ese descosido tan tempranero y aunque el amor, dedicación, ímpetu y salero de una madre es insustituible, la vida te acompaña de otras personas que pueden hacer muy bien de costureras y pueden remendar la perdida de los numerosos seres queridos que puedes perder a lo largo de una vida.
Sin duda, esta tierra de variados paisajes, de bellezas naturales como los valles del Henares, Bornova, Sorbe, Badiel y del majestuoso Alto Tajo, te atrapa y te hacen los veranos más llevaderos y deja atrás aquellos pensamientos tan extremadamente duros que supuso nuestra adaptación a las tierras, gentes y costumbres de Guadalajara. Hoy, por fin, nos ha dado un respiro el calor de Guadalajara y podemos disfrutar de sus gentes, de hermosos paisajes, de bellos rincones, de lugares mágicos, de caprichosas formas, de mezcladas texturas. Los colores de esta tierra son inagotables: el amarillo de los interminables campos de girasoles, el rojo de los tranquilizadores campos de amapolas, naranjas de los hermosos atardeceres, verdes de sus campos de labor y de las cunetas de sus carreteras pobladas de árboles que crecieron a pleno viento y que tal vez deberíamos conocerlos, mirarlos, cuidarlos y mimarlos de otra forma diferente a la que lo hacemos. Posiblemente así podamos conocer mejor esta tierra, entender y dar a conocer el entorno natural , cultural y patrimonial de esta cautivadora tierra.
Quizás vagabundear por nuestros árboles, nos permita conocernos mejor y apreciar quienes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Esta tierra tan cautivadora no tiene dueños. La pasión por esta tierra tiene que ir más lejos de empeños o intereses políticos. El debate de la reorganización y racionalización de las administraciones públicas debería ir encaminado a cuidar y proteger nuestra querida Guadalajara. Tal vez tengamos que dejar a sus habitantes ser dueños de su futuro y dejar que decidan ellos, como quieren ser gestionados y el papel que han de hacer las diputaciones provinciales y las otras tres administraciones. Mañana, tal vez vuelva el calor sofocante; tal vez nos asfixie con la despoblación de la sierra norte; con los problemas estructurales de la otra Guadalajara; con la necesidad de controlar el estado ecológico y la calidad da las aguas de nuestros embalses y lagunas; con el mal estado de nuestro patrimonio y legado histórico; con la agónica situación de la actividad ganadera en la sierra norte y la necesidad imperiosa de organizarla y ayudarla. Este calor es tan inevitable como hostil. Así no se puede vivir, no se debe vivir. Los Guadalajareños hemos de ser dueños de nuestro destino y hemos de participar activamente de nuestros problemas y de este debate, que no ha hecho nada más que comenzar.