Los fraudes de la democracia

05/01/2015 - 23:00 Jesús Fernández

La desconfianza en la democracia comienza a aflorar en la población, debido, principalmente, al desfase y contradicción entre conceptos y realidad, discurso y acción, promesas y realizaciones, intenciones y conductas que forman un sistema de incoherencias muy habitual y extendido en nuestra cultura occidental. Uno de esos engaños, reside, como decimos en el vocabulario que queremos analizar para demostrar que el sentido de las palabras ha sido tergiversado y vaciado de contenido. La democracia conceptual estuvo en los orígenes de la misma y Sócrates se afanó en que los atenienses tuviesen los mismos conceptos o coincidiesen en el nombre o denominación de las ideas. Hay una serie de términos que constituyen ya el vocabulario de la democracia. Comencemos por ella misma. El término democracia o gobierno del pueblo. ¿Se cumple esta indicación o la percepción y la realización van por otro lado? ¿Es el pueblo el protagonista de su destino o es dirigido y conducido por otros grupos de intereses y de presión como son los intereses del capital, los medios de comunicación, los “lobys” o entramados internacionales? Hay muchas fuerzas externas e intervinientes para que creamos en la democracia pura saliendo de las profundidades de la conciencia. Nada es lo que aparece. El choque entre mundo convencional y mundo real en política es brutal y desestabiliza la fe en los hombres y en los gobernantes. Ingenuidad de la población pues todas las instituciones aparecen falseadas y viciadas en sus orígenes, funciones y finalidades Otro término adulterado, la soberanía popular Defendemos la libertad del pensamiento, la democracia de las ideas, el pluralismo de opciones y opiniones pero se lucha contra todo eso para la conquista y determinación de las ideas, no dejando al pueblo que piense por sí mismo. Lo mismo sucede con el tema de los derechos llamados fundamentales y universales que no son ni lo uno ni lo otro. Cuando el ciudadano ya no sabe a qué agarrarse, a que atenerse, recurre a la fuerza lógica de los conceptos y nombres y éstos también le fallan. Y se siente defraudado porque los sistemas de poder y convivencia se construyen a base de intereses y convencionalidades, de pactos y negociaciones. Otro término mimado por la democracia: Autonomía. ¿Para que se quiere la autonomía de la persona, la autonomía universitaria, la autonomía regional, la autonomía de los ayuntamientos, autonomía sindical, si no es para hurtar y escapar del control de los poderes que establece la ley y gozar de impunidad? Y así sucesivamente.