Los pueblos multiplican población en verano y afrontan el reto de garantizar servicios básicos

04/09/2025 - 18:31 Paco Campos

En los pueblos de Guadalajara el verano se vive como un regreso. Las calles se llenan, las casas vuelven a abrirse y los servicios municipales afrontan la presión de atender a una población que, en muchos casos, se multiplica por diez. Es la realidad de un territorio que pasa de la calma invernal a un bullicio estacional en apenas unas semanas.


  

 El fenómeno se repite en cada rincón de la provincia: localidades que en invierno apenas superan la treintena de vecinos reciben en agosto a varios centenares de personas.

En los días de fiestas patronales, la cifra alcanza su punto álgido y los servicios públicos se ven obligados a responder a una demanda para la que no siempre están dimensionados.
El impacto se percibe en lo cotidiano: contenedores llenos, depósitos de agua exigidos al límite o centros médicos que no dan abasto. Aun así, el tono general de los alcaldes es de acogida. “Nuestros pueblos siempre tienen las puertas abiertas”, repiten con la convicción de que sin ese regreso veraniego la vida sería mucho más difícil.


 

No se trata de una situación nueva, pero sí cada vez más evidente. Hace décadas, muchas de estas localidades alcanzaban el millar de habitantes durante todo el año. La emigración hacia las ciudades, primero industrial y después de servicios, vació los pueblos y hoy dependen en gran medida de ese retorno estival que devuelve actividad económica y vida social. En las plazas se juntan tres generaciones, los bares reabren y los comercios de cercanía multiplican ventas. El verano funciona como un paréntesis en la despoblación.


    

Según la muestra recogida en distintos municipios, la población llega a crecer de media un 896% en agosto, con casos que multiplican por veinte sus cifras habituales. Este contraste entre la tranquilidad del invierno y la intensidad estival plantea un reto constante a los ayuntamientos, que gestionan con presupuestos limitados y plantillas reducidas servicios que durante unos días deben funcionar como en municipios mucho mayores.

 

Las instituciones autonómicas y provinciales han reforzado en los últimos meses su implicación. La Junta de Castilla-La Mancha, a través de la Agencia del Agua, ha destinado tres millones de euros en la provincia para mejorar el abastecimiento y reducir pérdidas en las redes. El vicepresidente primero, José Luis Martínez Guijarro, lo subrayó durante su visita reciente a Baños de Tajo, donde el Ejecutivo invertirá 45.000 euros en los depósitos municipales.

El Pleno de esta Diputación Provincial en sesión celebrada el día 13 de junio de 2025, acordaba la aprobación del PLAN DE OBRAS HIDRÁULICAS 2025, que comprende 14 obras con un presupuesto de 500.000 €.

Algunos ejemplos
El pulso del verano comienza en las aldeas más pequeñas. En Valtablado del Río, apenas veinte vecinos resisten todo el año, pero en agosto llegan a superar el centenar. El alcalde, Pablo Cortés, resume el contraste: “En la primera quincena de agosto hay más de cien personas, luego la cifra baja y nos quedamos otra vez en veinte”. Ese aumento del 400% se refleja sobre todo en la gestión de residuos. “El servicio de la Mancomunidad es un día a la semana y, cuando las fiestas coinciden en miércoles, los contenedores llegan a rebosar”, explica. La solución ha sido tan sencilla como eficaz: añadir un contenedor extra. El agua, en cambio, nunca ha faltado gracias al depósito municipal. El ejemplo de Valtablado demuestra cómo a veces un pequeño ajuste logístico basta para encarar un desafío que, de no resolverse, deterioraría la convivencia en esos días clave.

Algo similar ocurre en Huertahernando, donde el salto es todavía más brusco: de 30 habitantes a más de 400 durante las fiestas. Un aumento del 1.333% en apenas unos días. Su alcalde, Juan Carlos Guerrero, lo describe con franqueza: “Son diez días al año de auténtico descontrol. Los servicios son mínimos y no tenemos dinero para contratar personal”. El abastecimiento de agua se resiente, la suciedad se multiplica y el esfuerzo del Ayuntamiento no siempre es suficiente. “Esos días el pueblo no está preparado para tanta gente”, admite. Pasado el 15 de agosto, el número desciende de golpe y el silencio vuelve a ocupar las calles. La imagen es recurrente en muchos pueblos: la explosión de vida que deja tras de sí un eco de soledad en cuanto terminan las fiestas.

En Albendiego, la situación combina luces y sombras. El alcalde, Mario Javier Gallego, recuerda que en invierno apenas hay cuarenta personas, pero en agosto alcanzan las doscientas, lo que supone un 400% de crecimiento. “El agua no es problema, tenemos suficiente”, señala, aunque reconoce que la carencia está en la depuración, “porque en verano, con tanta gente, las aguas residuales llegan al río”, explica. A pesar de ello, subraya que la llegada de veraneantes es positiva: “Siempre recibimos con las puertas abiertas. Muchos, además, colaboran en actividades del pueblo, como la limpieza de senderos”. Esa colaboración vecinal se convierte en un factor de cohesión: no son solo visitantes, sino también voluntarios que ayudan a mantener vivo el entorno.

En Taragudo, el aumento también se nota: de 45 vecinos en invierno se pasa a 150 en agosto, un incremento del 233%. El alcalde, José del Molino, reconoce que el abastecimiento sufre puntualmente. “Hay zonas en las que baja la presión porque todos los grifos se abren a la vez”, comenta. Para evitar cortes, el Ayuntamiento ha diseñado sistemas de respaldo. Donde más se aprecia la presión es en la gestión de basuras. “En verano pasamos de una recogida a la semana a tres”, precisa. Pero hay carencias que trascienden al agua o a los residuos: Correos a veces se retrasa una semana entera y aumenta la presión asistencial en el consultorio. Son déficits que, más allá de agosto, condicionan la vida de los vecinos permanentes. Con el regreso de septiembre, el pueblo se queda de nuevo en 45 habitantes, con un ritmo mucho más pausado.

En Hiendelaencina, el fenómeno alcanza proporciones mayores. De 80 vecinos en invierno, la cifra se multiplica por diez hasta rozar los 800, un crecimiento del 900%. Sin embargo, el alcalde, Mariano Escribano, transmite tranquilidad: “No tenemos problemas porque hemos hecho inversiones durante años en agua, alumbrado y limpieza”. Esa previsión permite acoger a cientos de personas en agosto sin sobresaltos. “Me da igual que haya 50 que 800; el pueblo está preparado”, afirma. En su visión, esa capacidad de respuesta es clave para que quienes vuelven en verano se animen a quedarse más tiempo. La experiencia de Hiendelaencina ilustra cómo la anticipación en inversiones puede transformar un problema potencial en una oportunidad de acogida.


 

Atanzón vive una situación similar. De unos 50 vecinos en invierno se pasa a 600 en las fiestas, un salto del 1.100%. Su alcalde, Luis Alberto Ramos, relativiza los problemas: “Grandes problemas no hay, salvo la basura”. La infraestructura de agua funciona, pero los servicios sanitarios se resienten. “Antes venía el médico cada semana, ahora cada 15 días, y eso no responde a la realidad cuando somos 600”, apunta. Su deseo es que algunos de esos visitantes se animen a quedarse: “Claro que nos gustaría que viniera más gente de forma permanente. Eso le gusta a todo alcalde”. Ramos recuerda que detrás de cada regreso veraniego hay un lazo emocional que podría convertirse en arraigo si hubiera mejores servicios permanentes.


En el municipio de Cifuentes, que integra 11 núcleos de población, el aumento en verano es “considerable”. Su alcalde, Marco Campos, recuerda que no solo crece la villa principal, sino también los pueblos dependientes. El desafío está en dimensionar infraestructuras para atender tanto a los residentes como a los cientos que regresan cada agosto. Aquí la escala cambia, pero la lógica es la misma: reforzar agua, limpieza y atención básica para un tiempo limitado. Campos insiste en que esa variación marca el día a día de las decisiones municipales.


  

 El ejemplo más extremo se vive en Baños de Tajo, donde los 45.000 euros de inversión autonómica en los depósitos de agua buscan dar respuesta a un fenómeno muy concreto: el municipio multiplica por veinte su población en verano. Los depósitos, que abastecen a los vecinos de todo el año, deben garantizar también el suministro cuando el pueblo alcanza cifras insólitas. “Se trata de una realidad de muchos municipios de la región, que tienen que dimensionar sus infraestructuras”, explicó el vicepresidente Martínez Guijarro en su visita al municipio, acompañado del alcalde Mariano Sanz. En este caso, la implicación institucional es palpable: sin esa intervención, el riesgo de quedarse sin agua sería muy alto en los días de máxima ocupación.

Con la llegada del otoño, las calles vuelven a quedar en silencio. Lo que durante unas semanas fue bullicio, vuelve a ser calma. Los ayuntamientos retoman la rutina de gestionar servicios para apenas unas decenas de vecinos. Sin embargo, ese ciclo de verano e invierno se repite cada año y sostiene la vida en los pueblos.

La inversión pública contribuye a aliviar las tensiones, pero lo esencial es que los pueblos mantengan la capacidad de recibir y adaptarse. Los alcaldes coinciden en que la solución no pasa solo por reforzar en verano, sino también por mejorar la calidad de vida de quienes residen todo el año. Porque cada familia que decide quedarse en invierno reduce un poco la brecha entre la despoblación y la esperanza.
 

Los pueblos de Guadalajara asumen con naturalidad el desafío estacional. Multiplican esfuerzos cuando llegan cientos de visitantes y vuelven a la calma cuando se marchan. Lo hacen con pocos recursos, pero con la certeza de que, pese a las dificultades, sus puertas seguirán abiertas. Esa hospitalidad, repetida año tras año, es quizá la mejor garantía de futuro.