Los regadíos

21/01/2016 - 23:00 Luis Monje

No hace mucho, nuestro periódico citaba entre los proyectos para este año, un olvidado plan de regadíos en Cogolludo, casi a la vez que un periódico nacional informaba de que algunas comarcas alcarreñas sufrían una despoblación comparable a la de Siberia. En los regadíos, por tanto, está la solución para retener, y aun acrecentar, los habitantes. En nuestra provincia hay, además, otro proyecto de transformación, olvidado también desde hace casi veinte años. Quizá no sea éste el mejor momento para recordarlo. Pero ahí está el reto de transformar mil hectáreas en Cogolludo, por el que tanto luchó su gran alcalde Braulio Arizmendi, que hoy da nombre a una calle. Sabemos que no es fácil y menos en una provincia de duro clima, escasa de agua y abundantes páramos. Al plan de Cogolludo le dediqué un artículo en estas páginas hace 19 años. El otro proyecto, también en algún cajón, es el planificado con el embalse de las aguas del Salado en el embalse de El Atance, que los ecologistas descalificaban por su alto índice de salinidad, aunque los alcaldes afectados aseguraban que con esas aguas regaban sin problemas sus vegas desde tiempo inmemorial. Este plan trasformaría 2.000 hectáreas en doce términos municipales de Sigüenza, desde Huérmeces del Cerro hasta Bujalaro pasando por los tres Cendejas, según la Declaración de impacto ambiental de fecha 11 de julio de 1991 (BOE del 31 de agosto). En él se invitaba a los ayuntamientos afectados y a la Diputación Provincial a manifestar su opinión. Ésta no fue muy optimista por creer insuficientes los caudales, a juzgar por los cálculos del Plan Hidrológico Nacional. El éxito de las 1.500 hectáreas transformadas con agua del embalse de Alcorlo entre Jadraque y Espinosa, les sirve de estímulo a estos pueblos porque los riegos se basan en el sistema de aspersión sin gasto de energía, solamente por gravedad, debido a su alta cota, de mayor altitud el de El Atance que el de Alcorlo, aunque de muy inferior capacidad. Esta política de regadíos para crear riqueza, ya fue propugnada hace más de un siglo por Joaquín Costa, que llegó a decir, que la política de regadíos era “la expresión sublimada de la política económica de la nación”. En esa línea, durante la dictadura del general Primo de Rivera un Real Decreto obligaba a los agricultores, bajo pena de expropiación, a transformar todas las tierras susceptibles de regadío, y el propio Franco –con perdón- creó el Instituto Nacional de Colonización, que a mediados de los sesenta había transformado ya cerca de tres millones de hectáreas.