Marcelino, una lucha y una idea
Marcelino Camacho siempre se quejaba, con su socarrona amabilidad, de los tres minutos de que disponía para intervenir en el Consejo Política Federal de IU, del que fue un miembro destacado. Sin perder su sonrisa nos decía, no consiguió Franco que me callará y la mesa de este Consejo lo va a conseguir. Lo primero que se me viene a la mente al recordar a Marcelino es la emoción y el dolor que, estoy seguro, siente la inmensa mayoría de los trabajadores y trabajadoras. Con su desaparición física perdemos a una figura esencial para el movimiento obrero y para la propia historia de este país a lo largo de la segunda mitad siglo XX. No en vano, en Marcelino los trabajadores tenían un referente claro, alguien que nunca les falló, alguien que nunca perdió el norte y que sabía cuál era su sitio. Mi relación con Marcelino Camacho escribió Rafael Calvo Ortega, ex ministro de Trabajo de la UCD- fue todo lo frecuente e intensa que él consideró conveniente. Así era, coraje y coherencia a la par. En él tenían los trabajadores un referente claro, alguien que nunca les falló. Marcelino, la honestidad personificada en el hombre de la Perkins, el hombre del jersey de lana, el fundador de las Comisiones Obreras, el camarada del Partido Comunista de España, el compañero de Izquierda Unida, encarna un siglo de vida y lucha de esta España nuestra. Nacido en 1918, el año que pone fecha a la peor pandemia de la historia la llamada gripe española- y al final de la Primera Guerra Mundial. Su vida es reflejo fiel de su tiempo. Guerra, exilio, represión, penuria, sindicalismo, política, cárcel y, sin embargo, ni la suma de todos esos factores borraron la sonrisa de la geografía de su cara. Hace un año, más o menos, acudí a la entrega de los Premios Dolores Ibárruri, que otorga la organización de IU en Leganés (Madrid). Los galardonados eran Aminetu Haidar y Marcelino Camacho. La heroica activista saharaui sí acudió a la ceremonia; pero él, debido a su enfermedad ya no pudo asistir, al menos de forma física. Ante la imposibilidad de contar con su presencia, los organizadores tuvieron la muy brillante idea de grabar unas imágenes de vídeo en su casa, junto a su inseparable Josefina, unas secuencias de ese mismo día por la mañana. Escribo estas líneas y me vuelvo a admirar con el recuerdo de Marcelino, en una escena ritual, sentado en su mesa camilla con su periódico abierto y con un bolígrafo en la mano. Estudiando hasta el final, Marcelino, más allá de su afección, seguía subrayando las líneas principales, las claves. Aquel era Marcelino Camacho en estado puro, fiel a su costumbre de entender para luego actuar. Alguien ha escrito en Mundo Obrero, y yo comparto esa opinión, que la trayectoria humana y política de Marcelino merecería ser explicada en las escuelas. Al menos en las públicas. No es para menos, pues su vida biografía sintetiza un siglo de lucha y una idea que inundó la conciencia de la clase trabajadora. El azaroso siglo de un español y de un comunista. La historia tiene sus paradojas, muchas veces caprichosas. Hace cien años, un 30 de octubre , nació Miguel Hernández, el llamado poeta del pueblo. Y un 30 de octubre de 2010, a las dos de la tarde, despedimos en el Cementerio Civil de Madrid a Marcelino Camacho: Historia de un compromiso. Gracias, por tantas y tantas cosas Marcelino.