Miguel Narros, adiós a un genio del teatro

28/06/2013 - 00:00 Manuel Ángel Puga

  
  
 
  Es bien cierto que envejecer significa ir dejando a los otros en la cuneta: familiares, amigos, conocidos… Es el precio que debemos pagar por seguir cumpliendo años, por seguir viviendo. En la cuneta se acaba de quedar una de las figuras de nuestro teatro que yo más admiraba y aplaudía: Miguel Narros, buen actor en su juventud y, más tarde, genial director y escenógrafo. Miguel Narros nació en Madrid en 1929. Desde muy joven se sintió atraído por el teatro. Estudió en el Real Conservatorio de Música y Canto. En 1946, apenas cumplidos los 17 años, debutó como actor en el madrileño teatro María Guerrero. En el año 1956 obtiene una beca que le permite marchar a París, donde aprende las teorías y técnicas teatrales que por aquel entonces imperaban en Europa. De regreso a España, colabora estrechamente en aquellos TEU (Teatro Español Universitario) y TEM (Teatro Estudio de Madrid), tan conocidos en las décadas de los 60 y 70. Estuvo al frente del Teatro Español de Madrid, en dos etapas distintas: desde el año 1966 hasta 1970 y desde 1984 a 1989.
 
  Durante la primera etapa puso en escena obras tan célebres como “Numancia”, “Rey Lear”, “El burlador de Sevilla”, “Las mocedades del Cid”, “El sí de las niñas”, “El condenado por desconfiado”, etc. Durante los cinco años de su segunda etapa dirigió obras tan destacadas como “El castigo sin venganza”, “El concierto de San Ovidio”, “El sueño de una noche de verano”, “La malquerida”, “Largo viaje hacia la noche” (según muchos, el mejor montaje habido en nuestro teatro), y tantas otras obras que constituyen un grato recuerdo para quienes acudíamos al emblemático Teatro Español, situado en la no menos emblemática Plaza de Santa Ana. Cuando Miguel Narros dejó el timón del Teatro Español, siguió dirigiendo varias obras teatrales durante la década de los 90.
 
  Son dignas de recordar, “La Gallarda”, “A puerta cerrada”, “El yermo de las almas”, “La estrella de Sevilla”, etc. Y ya a comienzos del presente siglo dirige “Panorama desde el puente” (obra con la que ganó el Premio Max como mejor director del año 2004), “Tío Vania”, “Salomé”, “Doña Rosita la soltera”, “Yerma”, etc. José Carlos Plaza, discípulo de Narros, buen actor y hoy magnífico director de teatro, dice de su maestro que “buscaba la verdad, lo racional, lo que rompía por dentro y hacía que los personajes tuvieran carne y no fueran de cartón piedra, como era casi todo el teatro que se hacía entonces… Miguel Narros creó uno vívido, lleno de sangre, de fuerza, de verdad”.
 
   Estas palabras reflejan fielmente el gran mérito del escenógrafo que acaba de fallecer. En marzo del año 2000 publiqué en estas páginas de Nueva Alcarria un artículo titulado “La vena senequista de Calderón”, con motivo de celebrarse el IV centenario del nacimiento del inmortal autor de “La vida es sueño”. En el citado artículo decía yo que había leído muchas de las opiniones que se vertían sobre Calderón de la Barca en un reportaje publicado por el diario ABC.
 
   Pues bien, no me dolieron prendas al afirmar que ninguna opinión me había agradado tanto y llamado tanto mi atención como ésta de Miguel Narros: “Calderón de la Barca es extraño en muchos momentos, por su fantasía, por cómo aborda la profundidad, la psicología y los sentimientos del ser humano”. Y me llamó la atención, porque esta opinión coincidía plenamente con la mía, era también mi opinión. En efecto, siempre tuve para mí que el modo de abordar Calderón la psicología y los sentimientos del ser humano no se podían explicar sin acudir a la filosofía estoica; más concretamente, sin acudir al estoicismo de Lucio Anneo Séneca. De aquí, la profunda vena senequista de Calderón y su peculiar manera de expresar la psicología y los sentimientos humanos.
 
   Miguel Narros fue un hombre incansable. No cesó de montar escenarios y de dirigir obras hasta el momento de su muerte. Hace unos días había ingresado en una clínica debido a una neumonía. Casi sin recuperarse, abandonó la clínica para estrenar “La dama duende”, de Calderón de la Barca. El teatro era para él como el aire que respiraba, pero tuvo que ser nuevamente ingresado. ¡Caprichos del destino! La muerte le llegó mientras dormía, en pleno sueño y cuando estaba representando una obra del autor de “La vida es sueño”… Superando la concepción calderoniana, habría que decir que para Miguel Narros no sólo la vida, sino que también la muerte es sueño. Que siga en ese dulce y eterno sueño nuestro genial director.