Misioneros de la misericordia
El domingo 18 de octubre, la Iglesia celebra el día del DOMUND, la Jornada Mundial de oración por las Misiones. El lema elegido para la celebración de este año, Misioneros de la misericordia, se inspira en la bula de convocatoria del Año Santo de la Misericordia y nos permite descubrir que la pasión y la entrega de todo misionero tienen su origen en el seguimiento de Jesucristo.
El Evangelio nos recuerda que el encuentro con Jesucristo resucitado es siempre fuente de alegría, de liberación, de paz y de salvación para todos los hombres. Por eso, todos los cristianos somos llamados por el Señor, en cada instante de la vida, a seguirle y a estar con Él para conocerle y experimentar su amistad. Desde esta comunión con el Señor, somos enviados en misión hasta los confines de la tierra para mostrar el Evangelio a todos los hombres, mediante el testimonio de las palabras y de las obras. Quien se confiesa seguidor de Jesucristo se convierte necesariamente en misionero y, como nos recuerda el Santo Padre, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él. Percibe a Jesús vivo en medio de la tarea misionera (EG. 266).
A partir de esta experiencia gozosa del amor infinito de Dios, miles de hermanos no dudan en dejar tierra, familia y, en ocasiones, un futuro esperanzador, para entregar su vida y su tiempo al servicio de sus semejantes, especialmente de los más pobres. La amistad con Jesús, cultivada cada día en la oración, provoca en ellos la urgencia de salir y les ofrece la fuerza necesaria para soportar sacrificios y privaciones y, en algunos casos, para entregar la propia vida por amor a Dios y a los hermanos.
A pesar de la indiferencia religiosa y de la secularización, el número de misioneros españoles, sacerdotes, miembros de la Vida Consagrada y cristianos laicos, sigue siendo importante. En estos momentos, se aproxima a los trece mil. La contemplación de sus vidas entregadas nos impulsa a dar gracias a Dios por cada uno de ellos pero, sobre todo, hemos de dar gracias al Señor porque sigue creciendo el número de cristianos laicos dedicados a la evangelización lejos de nuestras fronteras. Estos hermanos nuestros, respetando la cultura y las tradiciones de cada pueblo, comparten con sus habitantes las alegrías y las penas, las esperanzas y las tristezas, convirtiéndose en hermanos de los últimos y ofreciéndoles a todos con gozo el amor de Dios.
En una sociedad como la nuestra, en la que constatamos tanto individualismo egoísta y descubrimos tanta obsesión por la posesión de bienes materiales, el testimonio de los misioneros nos recuerda que la felicidad y la verdadera alegría no se encuentran nunca en la búsqueda del propio interés, sino en la salida de nosotros mismos y en la donación de la vida desde la apertura del corazón a Dios y a los hermanos.
Partiendo de esta convicción, algunos jóvenes ya están prestando su colaboración durante el año en distintos centros misioneros del mundo. Por mis conversaciones con algunos otros, sé que se están planteando la posibilidad de entregar la vida al Señor y al servicio de los últimos de la sociedad. A todos quisiera recordaros que sólo encontraréis la vida verdadera, si estáis dispuestos a darla, y sólo descubriréis el verdadero amor, si lo ofrecéis a los demás sin esperar nada a cambio.