Mítines

12/06/2015 - 23:00 Luis Monje Ciruelo

Ahora que ya ha pasado la balumba de las elecciones y los ánimos andan más sosegados, aunque las cúpulas de los partidos continúan a lo suyo: a pactar o echar al otro; ahora, digo, se me antoja hablar de elecciones porque el verdor del campo se está agostando, y me gusta menos, pues los pagos cerealistas amarillean claramente. Pero lo único que quiero decir de política es que nadie puede culparme de haber contribuido con mi voto al populismo que nos invade. Porque hace ya muchos años que no necesito los consejos de nadie para saber a quien conviene votar para el bien de España o de mi ciudad, y no de un partido político, de los que nunca he sido militante. Bueno, sí, del Frente de Juventudes, del que éramos todos por decreto. Y del que me expulsaron, por cierto, por indisciplinado, porque había la consigna interior de llevar la camisa azul, pero no la boina roja, como disponía el decreto de Unificación de 19 de abril de 1937, exigiendo ambas prendas juntas, orden que incumplían todos los falangistas. Y yo, que no lo era, lo hacía al revés: usaba la boina roja, pero no la camisa azul. En mis buenos tiempos asistía, por obligación, a todos los mítines, digo a todos, para resumirlos y comentarlos, algunos en ABC y otros medios, y todos en Nueva Alcarria, y confieso que en estas elecciones no he asistido a ninguno (ni uno solo) pues no necesito los consejos de nadie para saber a quién debo votar. Y no debería hacer las reseñas tan mal cuando la que hice de un mitin de Fuerza Nueva con Blas Piñar, en el Coliseo Luengo le costó una condena por injurias al Duque de Tovar, uno de los oradores, de cuya intervención, a falta de grabaciones, me pidió mis apuntes la Policía para confirmar lo que había escrito. Y luego tuve que declarar como testigo en el juicio. Las elecciones, como la democracia, pueden ser el mejor sistema para elegir quiénes deben gobernar una nación, pero debemos reconocer que es un sistema muy mejorable, comenzando por las listas abiertas y, quizá, una segunda vuelta, para ahorrarnos, por ejemplo, este vergonzoso gitaneo de los apoyos, pues la conveniencia les impulsa a los políticos a hacer lo contrario de lo que dicen, justificando el adjetivo “gitaneo”. Desde que en 1947 voté en un referéndum de Franco vengo pensando que el sistema electoral, aún en democracia, es francamente mejorable. Y cada vez más.