Moranchel, otro Escariche
18/12/2014 - 23:00
Más de veinticinco años que la villa pastranera de Escariche saltó a la actualidad cuando unos veinte pintores, entre ellos varios sudamericanos, se dedicaron a pintar, invitados por dos colegas del pueblo, grandes murales en paredes de corrales y fachadas de casas. Aún hoy, a pesar de que el paso del tiempo ha dejado alguna huella en lo murales, los visitantes se quedan admirados por su calidad artística. Alguna vez he escrito aquí que en mis viajes por la provincia, aunque sea por rutas conocidas, siempre se encuentra algo interesante que descubrir. Ya sabía desde hace años que la carretera a la presa de la Tajera desde Las Inviernas, un pueblo sin ningún indicador de su nombre, es posiblemente la peor conservada de la provincia, y sigue siéndolo. Pero no sabía que carece de señalización el entorno de este embalse, por lo que pretendiendo ir a Torrecuadradilla, tomamos el camino de Cifuentes. Gracias a ello, al descender hacia la villa condal pudimos ver en lo lejos, a la derecha, entre matas, arbustos y algún que otro pino , unas diez o doce rocas verticales juntas, como otros tantos megalíticos menhires, ¿serán menhires?.
Entre el contrafuerte de la Sierra y el amplio valle del Tajo, la villa cifontina se tendía a un sol de membrillo con las Tetas de Viana al fondo y por delante los penachos de vapor de la central nuclear de Trillo. La sorpresa del viaje estuvo en Moranchel, una aldea bien urbanizada, pedanía de Cifuentes, con pocas casas en ruinas, donde el pincel de una hija del pueblo, Ascensión Vicente, una gran profesional por lo visto, ha creado puertas, ventanas, poyos, un repleto escaparate de panadería y pastelería, a peseta el milhojas, tiestos, y troncos de parra, donde sólo hay pared, lo que me recordó la anécdota de Zeuxis aquel griego que pintó un racimo de uvas y los gorriones, engañados, trataban de picotearlas.
Las pinturas de Moranchel son de un realismo tan admirable que yo también, al principio, creí que era puerta y ventana lo que no lo es. En el camino de Las Inviernas a Moranchel, vimos un ruinoso puente de tres ojos sobre el Tajuña, probablemente medieval, semicubierto por la maleza. Una barrera a la entrada del túnel del embalse nos impidió bajar al río por el interior de la montaña. El termómetro marcaba cero grados y el viento era cortante en el pretil de la presa por lo que apresuramos el regreso, pero mientras comíamos en Sacecorbo comenzó a nevar.