Mulas, alforjas y albarcas
Artículo publicado en Nueva Alcarria el 30 de agosto de 1978
Sólo en muy escasos rincones de nuestra serranía podría encontrarse una estampa humana como la del grabado que suscita este comentario. La fotografía, obtenida hace unos doce años en las estribaciones del Alto Rey, nos retrotrae a tiempos no tan lejanos en que la rusticidad imperaba en nuestros pueblos y el hombre de la ciudad se consideraba un ser superior. Eran tiempos de subdesarrollo económico y cultural del campesinado, en los que el analfabetismo, los trajes de pana, las abarcas, las mulas y las alforjas definían una época, hoy afortunadamente superada. Con ella se han ido muchas tradiciones y no pocas virtudes, pero se han recuperado otras y, en definitiva, el cambio ha sido positivo
Hoy no hay en nuestros pueblos, por muy serranos que sean, hombres macrocéfalos como el de la foto, y la estatura media aumenta en cada generación. La pana ha sido desterrada por la fibra sintética; la abarca, por la sandalia o la bota de buena piel; la alforja, por el maletín o el saco de viaje, y las mulas, por los caballos mecánicos. Las mentalidades son más abiertas, más progresivas, mejor preparadas para el corporativismo y la renovación.
Nuestros campesinos se alimentan ahora mejor, más equilibradamente, disminuyen el consumo de tocino e incrementan el de proteínas. Ya no van al mercado comarcal a vender los huevos, el jamón de la matanza y los pollos del corral para comer sólo pan, gachas, tocino y legumbres. Ahora disfrutan de lo que producen y tienen a su disposición alguna tienda en el lugar, cuando no un pequeño supermercado.
Han abandonado la limitada autarquía rural, que les obligaba a fabricar todo lo que consumían, en su mayor parte deficientemente, por falta de especialización.
Prefieren ahora el monocultivo, que les permite adquirir, con su mayor rendimiento, lo que necesitan, utilizando el perfeccionamiento de las redes comerciales, que llegan ahora, gracias a la motorización, a todos los rincones.
Al hablar del campesino de nuestra provincia hay que distinguir entre los de la Serranía y los de la baja Alcarria. En la primera zona la evolución ha sido menor, con ser también grandes las diferencias entre sus pueblos de ahora y los de hace quince años. En la baja Alcarria, sin embargo, la transformación ha sido evidente, y el ambiente social no tiene mucho que envidiar al de las capitales. Contribuye a ello el mayor número de habitantes, la menor distancia a Madrid, el más frecuente intercambio entre el pueblo y la ciudad y, en definitiva, la mayor riqueza agrícola.
Los pueblos serranos se sentirán seguramente mucho más identificados con los tipos de la fotografía recordando su inmediato pasado. Eran tiempos de paso de mula, podríamos decir, en los que se perdía un día en ir al mercado comarcal para vender un par de docenas de huevos. Se viajaba en caballerías, charlando de montura a montura, comiendo pan con navaja y extrayendo quizá a la vida un sabor que ahora ignoramos. No voy a decir, porque antes he escrito lo contrario, que lamento la desaparición de aquellos tiempos y aquellas costumbres. Difíciles eran, sin em- bargo, sin agua a domicilio ni alcantarillado, con temblorosa luz de molino para las largas noches invernales, calles sin pavimentar y otros graves inconvenientes.Pero había otros aspectos que hacían amable la vida en las aldeas serranas, como eran la falta de contraste con la vida de la ciudad al no estar extendida la televisión, la conformidad con lo que se tenía y la fe heredada y no discutida.
Son tiempos idos que evoco ahora con la nostalgia de los años jóvenes que entonces tenía. Las mulas, las alforjas y las abarcas del grabado me traen el recuerdo de los abuelos campesinos, vestidos de pana, sí, pero no inferiores a los abuelos de ahora, a pesar del traje de corte de estos y quizá de sus estudios universitarios. Eran gentes equilibradas, sencillas, con una perfecta ordenación de los valores, no alterada todavía por la publicidad y el consumismo.
Muy sandio sería yo si pretendiera ahora burlarme de aquella época, como alguien puede pensar al ver los personajes de la fotografía. Si los he traído aquí, a la memoria colectiva, ha sido solamente para evocar, quizá de manera muy subjetiva, los inconvenientes y ventajas de aquellos tiempos