Murió un botarga

05/03/2016 - 23:00 Luis Monje Ciruelo

Como si se hubiese programado, el botarga de Arbancón, Victorino Jadraque, ha fallecido nada más terminar el periodo folclórico más intenso del año: La Paz, La Purificación, San Blas, Santa Águeda, el Carnaval… La careta de madera que le compré en Arbancón a su hermano Eustasio hace casi cuarenta años, me mira desde la pared en que está colgada hace treinta con sus bigotes de pelo, probablemente del rabo de una caballería, sus cuernos y sus manchones rojos a manera de mejillas sobre el fondo negro del rostro No tuve la satisfacción de conocer a Victorino, pero sí a su hermano Eustasio, que no sólo era una botarga más en las fiestas sino que fabricaba de madera las caretas características de este singular personaje, indispensable en el folclore de muchas localidades de la provincia, especialmente serranas. El rostro feroche de estas máscaras, entre payaso o demonio, contribuía a asustar a niños y mujeres a los que persigue, según los lugares, con una vara en la mano o una bola de papel al extremo de un palo, a manera de cachiporra, o un vejiga de cerdo inflada, argumentos suficientes para hacerse respetar el botarga o la botarga, pues la RAE no se define. No deseo aquí hacer un estudio más profundo de esta divertida y extravagante figura animadora de las fiestas.
Mi intención es solamente unir el recuerdo del fallecido al papel especial que desempeñan los o las botargas en las fiestas tradicionales del mundo rural, destacando que sólo se suelen prestar a ser botarga las personas más encariñadas con su pueblo y sus tradiciones dado que resulta muy fatigoso serlo durante horas y horas corriendo y acosando a chicos y mozas sin rebasar rayas rojas para evitar conflictos. Como el concepto de diversión suele ser diferente en el campo que en la ciudad, más elemental y espontáneo allí que en los núcleos urbanos, puede el botarga enfrentarse a algún forastero quizá sorprendido de que chicos y grandes se diviertan de esa manera. Ahora que la globalización iguala los hábitos y costumbres propios y foráneos del hombre moderno al que las instituciones incentivan y dirigen con la publicidad y las subvenciones. Quizá esto sea necesario para mantener el folclore entre las nuevas generaciones que suelen tener menos respeto que sus mayores a las tradiciones. En ese sentido, los premios y estímulos, principalmente de los ayuntamientos, suelen ser muy eficaces.. No tiene otra explicación la nutrida concurrencia a los concursos, en cuya participación familias y grupos derrochan imaginación y espíritu ciudadano.
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