Natural y convencional

13/10/2015 - 23:00 Jesús Fernández

Como siempre, hay que recurrir a la antropología (lo que pasa en el hombre) para entender la sociología (lo que pasa en a sociedad). El hombre es la explicación de todas las cosas. Para ello, debemos acudir a una primera consideración: qué es lo natural y originario y qué es lo impuesto y convencional en la vida de la humanidad. Esta idea que hoy parece olvidada, fue, sin embargo, el arranque de la modernidad en la Ilustración. Los autores de la época comenzaron por acudir y definir al hombre para diseñar la sociedad mediante la política. Su visión antropológica no es nada optimista. Quizá influidos por la teoría protestante, los pensadores de la modernidad van directamente a calificar la naturaleza humana. El hombre es esencialmente malo. Eso se traduce en una conducta egoísta, individualista, egocéntrica, interesada, ambiciosa, violenta, agresiva, opresora, dominadora, sensual, codiciosa. Con todo eso hay que contar a la hora de construir el mundo de lo convencional, artificial, institucional o educativo que es todo lo demás. La tensión entre natural y convencional en la sociedad no está resuelta ni siquiera por el consenso de la democracia. La habilidad y la estrategia de los grupos y organizaciones dedicados a configurar las instituciones, consiste en confundir ambos aspectos (natural y convencional) de la sociedad. La dialéctica va en ambos sentidos. Se eleva a natural lo que solo es inventado y convencional y, por el contrario, se rebaja a pactado o producto cultural lo que es profundamente natural y biológico. Para algunos, ciertas instituciones son naturales, permanentes, irrenunciables o necesarias. Por tanto se insiste en su mantenimiento, valor y desarrollo. Para otros, algunas instituciones son convencionales, temporales, volátiles, cambiantes y prescindibles. Cualquiera que sea dicha discusión metafísica sobre su origen y naturaleza, los hombres utilizan las instituciones para su propio beneficio y no para el de la comunidad. Si el hombre es malo por naturaleza ¿cómo serán las instituciones que él constituye? Hombres libres, ciudadanos libres, instituciones libres. ¿Libres de qué y para qué? Cuando una sociedad no puede compatibilizar democracia y libertad está condenada a ser una democracia inútil e injustamente sectaria. El hombre egoísta usa las instituciones para su provecho y, a veces, placer. La democracia consiste en todo lo contrario, o sea, en conseguir que las instituciones convenidas, sobrevenidas o convencionales sirvan al interés común y no sean una prolongación de intereses particulares o de clase aunque lo llamemos globalización. Aspiramos no tanto a unas instituciones libres, independientes, equidistantes, neutrales, que parece lo ideal, sino a unas organizaciones sociales, políticas y económicas, preocupadas sólo del bien común. El círculo se cierra según se había abierto: las instituciones están formadas por hombres y donde hay un hombre siempre habrá egoísmo e intereses pues el hombre es la medida de las instituciones para bien o para mal, nunca mejor dicho.