Navidad

20/12/2013 - 23:00 Javier del Castillo

Los tejados cubiertos de nieve, las estalactitas de hielo adornando la fuente de la Alameda, el musgo de La Pinarilla, el belén viviente de Santa María, el árbol de la plaza Mayor, las imágenes del nacimiento silueteadas en las ventanas… Son muchos los recuerdos y postales navideñas que se agolpan en mi memoria. Imágenes de una infancia que el tiempo no ha borrado. Fotografías que perduran, aunque amarillentas, en el imaginario de una ciudad, Sigüenza, que recrea en sus coplas navideñas las peripecias del día a día. Tenía mucha razón Delibes cuando decía: “mi patria es la infancia”. Podemos alejarnos en el tiempo y en el espacio, descubrir culturas y paisajes lejanos, pero al final siempre volvemos a la etapa de la vida en la que nos formamos.
El arraigo a la tierra y el respeto por la naturaleza del que hacía gala el escritor, en realidad no son más que la consecuencia lógica de la semilla del pasado. Había crecido con esos valores. Seguían siendo sus compañeros de pupitre, como lo fueron toda su vida la familia, la amistad, el amor, las tradiciones o la lucha por un mundo más justo. El poeta y farmacéutico León Felipe, que durante un año fue boticario en Almonacid de Zorita, refiriéndose al orgullo de sentirse hijo de un pueblo, de un paisaje y de unas tradiciones, exclamaba: “¡Ay de aquel que no tenga tierra provinciana!”. Pelear por el territorio de la infancia honra a quienes de verdad están dispuestos a ello. León Felipe, que desgraciadamente acabaría exiliado en México como tantos otros intelectuales españoles después de la guerra, dejó esta descripción de su humilde estancia entre nosotros: “En esta tierra de España y en un pueblo de la Alcarria, hay una casa en la que estoy de posada y donde tengo, prestadas, una mesa de pino y una silla de paja”. Casi un siglo después, en España y en Guadalajara, hay demasiadas personas que no disponen de posada, ni tampoco de una mesa de pino y una silla de paja prestadas. Incluso que viven gracias a la ayuda de Cáritas. Entre los reencuentros, ausencias y nostalgias propios de estas fechas, deberíamos de tomar nota de ello y ser mucho más solidarios. P.D. Mi reconocimiento y admiración para Alberto Hernando y familia, que hacen más grande y auténtica la Navidad en Sigüenza.