Navidades de hoy y de ayer

27/12/2013 - 23:00 Luis Monje Ciruelo

Al llegar estas fechas postreras del año, en que los cristianos conmemoramos el nacimiento del Niño/Dios no puedo evitar comparar las Navidades de ahora con las de hace más setenta años en el mundo rural de mis ancestros. Si en líneas generales ya no se canta tanto como antes, no puede extrañar que apenas se entonen villancicos en los hogares. Es cierto que entonces no había televisión, que tardaría en llegar más de veinte años, y la música tenía cada uno que elaborársela, de ahí las rondas callejeras y los coros hogareños. Y con los cánticos, las zambombas, panderetas, almireces y demás improvisados instrumentos de percusión. Y no es lo mismo escuchar música que elaborarla. La pasividad de lo primero no anima a los cánticos, preferentemente villancicos en estos días navideños. Su ritmo, marcado con los citados improvisados instrumentos, animaba a la participación colectiva. Uno de esos villancicos en familia, quizá en torno a los ascuarriles que calientan la caldera del llar, fue el que inspiró a Pedro Antonio de Alarcón en el siglo XIX el conocido cuento del niño que descubrió de repente la transitoriedad de la vida, esa fugacidad que nos describe el Kempis y que Jorge Manrique comparó con la verdura de las eras. Habrá pocas familias en las que algún miembro no haya tenido que viajar hasta el hogar familiar para asistir a las entrañables reuniones de estos días. Lo más probable es que lo hayan hecho desde algún punto de España, aunque serán muchos los que lo hagan desde el extranjero, quizá desde otro continente.
 Lamentablemente, los habrá también que por el paro y la crisis no podrán venir a España en estos días vacacionales. Aquellas familias patriarcales de padres, hijos y nietos conviviendo, ya no existen más que en el recuerdo de los que las vivimos y disfrutamos en el mundo rural en torno al fuego de la lumbre baja. Fuegos que apenas ya existen, sustituidos por la electricidad, que luego muchos no pueden pagar por sus altos precios. No es necesario insistir en las diferencias entre entonces y ahora, comenzando por esta diáspora familiar al revés para reunirse, y siguiendo con la novedad del foráneo Papá Noel que monta trineos sin nieve y se adelanta con ventaja repartiendo regalos quince días antes que los Reyes Magos. Pero los cambios no llegan a tanto como para olvidar en estas íntimas celebraciones a los que faltan, que quizá eran el alma y el centro de estas fiestas.