Nieve en el Ocejón

13/02/2015 - 23:00 Luis Monje Ciruelo

Si le dedico la columna a un viaje al Ocejón no es para que me crean un inconsciente, pues otra cosa no es quien va al entorno de esta cumbre de 2060 metros en tiempo de nieves y hielos, aunque puedo alegar que no fui, sino que me llevaron. El día era friolento, con tres grados bajo cero en el entorno de la Virgen de los Enebrales, donde, había, no obstante, media docena de coches, no creo que de buscadores de setas o níscalos, quizá de amigos de la naturaleza que habían ido para disfrutar del paisaje nevado, como nosotros, La nube que coronaba el Pico y que probablemente estaba sumando nieve a la que ya había, nos impidió contemplar desde su pie,como hubiésemos deseado, su piramidal silueta, que señala a la capital el punto geográfico exacto de su Norte. La temperatura a mediodía del sábado pasado no era polar, ni mucho menos, como he dicho, pero suficiente para que el deshielo iniciado a ratos en las paredes rocosas de lajas de pizarra cubriese esas paredes de chorlitos y carámbanos como si fueran de hielo decorativo hasta el punto de que entramos con prevención en el túnel que desde la presa de El Vado da paso a la pista forestal de La Vereda y Matallana, por el temor de que se desprendiese la cortina de chupones de hielo de unos dos metros que casi impedía la entrada. Pista forestal tan abandonada que nos tuvimos que volver a los tres o cuatro kilómetros, no por la nieve y el hielo sino por las cárcavas, hoyos, regueras, socavones y pedruscos, enemigos todos de cubiertas, amortiguadores y aún de la estructura del coche con su incesante bamboleo.En realidad, si escribo sobre este imprudente viaje al Ocejón es para rescatar del olvido a mi amigo, compañero, poeta y montañero, Jesús García Perdices, fallecido a los 70 años de edad en 1993. Fundador y primer presidente del Club Alcarreño de Montaña publicó con el título ‘Nieve en el Ocejón’ un libro de viajes a las montañas de la provincia, además de otros de poemas. Pese a su popularidad por su bonhomía y su facilidad para improvisar versos (cuartetas, quintillas, cuartetos, décimas, romances, en reuniones y en abanicos) además de colaborar en estas páginas durante más de 50 años, ya se acuerdan de él muy pocos, aunque su nombre ha quedado inmortalizado como Collado Perdices en los mapas del Ocejón y en una placa de pizarra en la subida desde Majaelrayo. Sus cenizas las esparcimos en el cerro Picarón, de Huérmeces, dando vista al pueblo, donde hay erigido un monolito en mármol negro a su memoria.