No podemos aceptar la corrupción
Se pierden, al tiempo, a pasos agigantados, valores de solidaridad y tolerancia. Se debilita el reconocimiento del otro, de quien no piensa como uno, de todo lo que no es uno. El deterioro de los servicios públicos no es sólo una consecuencia de todo ello, sino que también explica una parte de ese fenómeno altamente preocupante.
Estamos en un punto donde se puede pensar que dentro de cada uno de nosotros existe un ser humano potencialmente corrupto, pero que no ha tenido su ocasión de demostrarlo o de rechazarlo por razones morales y ciudadanas; es algo parecido a defraudar a Hacienda si se puede. Parece un logro y es, sin embargo, una enfermedad ética, con visos de epidemia galopante. No es extraño que haya gobernantes que no quieran que se intente educar en una asignatura denominada Educación Cívica, donde se pudiera hablar de honestidad y de cómo cada uno pueda ser un ciudadano moralmente sano, sin corruptelas ni corrupciones.
Aceptar una facturación sin I.V.A. es una forma de defraudación al interés público y general. A la vista de lo que sucede en nuestro país, con casos flagrantes de corrupción, la gente y los votantes parecen insensibles. Es como si diera igual. Se ha dicho muchas veces en los últimos tiempos que existía un Berlusconi o un presidente de Comunidad Autónoma, porque los italianos o votantes de esa Región lo permitían o querían. Las urnas no validan a reales o presumibles corruptos, aunque lo parezca, pero sí pudiera interpretarse como que ese abuso no tiene suficiente importancia, aunque vivamos una crisis que está dejando en la marginación y en la exclusión a los colectivos sociales.