No pudo ser
En su sala de lectura pasé algunas tardes, ojeando libros y buscando noticias curiosas en los entablillados semanarios Nueva Alcarria y Flores y Abejas. La Casa de Guadalajara era para mí un lugar de referencia en las postrimerías de los años setenta, como lo ha vuelto a ser durante los últimos diez años, contagiado en buena medida por el entusiasmo de José Ramón, Manolo, Abelardo, Tomás, Miguel, Rafa, Valeriano y tantos otros que han luchado lo indecible en muchas ocasiones con el viento en contra para mantener a flote la vieja barca. Detrás de los azulejos del dintel de la puerta, con la inscripción Casa de Guadalajara. Fundada el 4-VI-1933, brotaban de nuevo algunos olores y colores de los escenarios de mi infancia. Me gustaba ver la imagen del Doncel, junto a la de la Virgen de la Antigua, el castillo de Atienza o el melero de Peñalver . Al entrar en el salón de juegos y contemplar los rostros de quienes echaban partidas de cartas, me parecía como si de pronto hubieran trasladado al centro de Madrid la taberna del pueblo, junto a la estufa, el porrón, el platito de aceitunas y unas pocas almendras. No ha podido ser. Las placas y reconocimientos, las imágenes de las patronas de decenas de pueblos, los retratos de los presidentes, los miles de recortes de prensa apilados con reseñas de las actividades que en la Casa se han venido haciendo, el gran mural de Rafael Pedrós y tantos recuerdos que han dejado una huella imborrable entre esas paredes son ya historia. Desgraciadamente, historia. Ya asoma el camión de la mudanza por la Plaza de Santa Ana, frente al Teatro Español, junto a la calle Núñez de Arce, esquina al Callejón del Gato. En él se llevarán parte del mobiliario, las cortinas, la biblioteca y la colección del Arriacas, con El Colmenar que me hacía sentirme un poco más cerca de mis paisanos. Lo que no se podrán llevar con la mudanza son los recuerdos, los amigos y los gratos momentos vividos en ese primer piso de la Plaza de Santa Ana; cuando la Casa era para muchos guadalajareños refugio de nostalgias y sentimientos; cuando uno miraba los estatutos y leía entre los objetivos de sus fundadores: fomento de la amistad y de la mutua convivencia. Este es el mejor legado que nos deja la Casa.