No temas

10/08/2014 - 23:00 Atilano Rodríguez

El día 15 de agosto, la Iglesia celebra el misterio de la Asunción de la Santísima Virgen en cuerpo y alma al cielo. Con esta elevación al cielo para participar de forma plena de la gloria del Padre, María nos recuerda a todos los seres humanos la meta última de la peregrinación por este mundo. Quien se deja guiar por el amor de Dios y ama de corazón a sus semejantes durante la peregrinación por este mundo, está invitado a participar por toda la eternidad del triunfo de Jesucristo, resucitado de entre los muertos. Ahora bien, para llegar a esta meta, María nos enseña que hemos de afrontar los temores y dificultades de la vida desde la confianza en las promesas de Dios. Ella experimenta la turbación ante el anuncio del ángel. No entiende cómo puede ser la Madre del Hijo de Dios, pues no conoce varón. Es más, considera que el ser la Madre del Rey del universo es un peso superior a sus fuerzas humanas. Ante estos lógicos miedos, el ángel le invita a no temer, porque todo lo que se realizará en su vida será obra del Espíritu Santo.
La Santísima Virgen volverá a experimentar estos temores en otros momentos de su existencia entre nosotros. Por ejemplo, cuando escucha que su Hijo es tratado como un «loco» o cuando, traspasada por el dolor, contempla junto a la cruz que aparentemente todo ha terminado. Con toda seguridad en estos momentos, María vuelve a recordar las palabras del ángel que le invitaban a no dejarse llevar por el temor y a poner la confianza en el cumplimiento de las promesas de Dios. Nosotros vivimos en un mundo lleno de temores. Ante el individualismo y la falta de solidaridad, muchas personas experimentan miedo a la pobreza, la enfermedad y la soledad. En otros casos, el alejamiento de Dios y la falta de sólidos fundamentos, a la hora de orientar la existencia, está provocando miedo en muchos hermanos ante la realidad del sufrimiento y de la muerte.
Si Dios, el único que puede ofrecer vida y salvación no existe, el temor se apodera inexorablemente del corazón humano ante las preguntas últimas de la existencia humana. En las alegrías y las penas, María nos invita hoy a cada uno de nosotros a superar los temores y a renovar la confianza en el Dios que nos salva. Ella nos recuerda que, si somos verdaderamente creyentes, no podemos asustarnos ante los problemas de la vida ni debemos permanecer temerosos ante el futuro de la Iglesia y de su misión en el mundo. El creyente sabe que su vida, la Iglesia y el mundo están en buenas manos, en las manos de Dios. Ante los posibles temores, que puedan aparecer en el horizonte de la existencia humana, el cristiano sabe que el mal, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra, porque Cristo es el único Señor de la historia y del mundo.
Él nos amó hasta el extremo de dar la vida por nosotros y de resucitar por nuestra salvación. El Señor continúa mostrándonos hoy su amor y regalándonos su vida para que, permaneciendo en Él y en el cumplimiento de sus enseñanzas, avivemos en nosotros la esperanza de poseer un día en plenitud su misma vida. Por lo tanto, puestos los ojos en la Madre, crezcamos en la intimidad con Dios. Así podremos hacer frente a los miedos de la existencia con más facilidad. El mismo Jesús, que infundió paz y alegría a los apóstoles ante los miedos y obstáculos para el cumplimiento de la misión, nos dice hoy a cada uno de nosotros: «No tengas miedo porque yo estoy contigo» (Act 18,910). Con mi recuerdo ante la Santísima Virgen, feliz fiesta de la Asunción