Nos morimos
11/12/2014 - 23:00
Mucha pena y rabia fue la primera reacción al ver plasmada en un papel hace pocos días la convocatoria de una junta general de socios de la Casa de Guadalajara en Madrid para después de las fiestas navideñas con el objeto de debatir sobre la disolución del centro regional y nombrar la correspondiente junta gestora para la liquidación. Pasados unos minutos del golpe, la tristeza dio paso a la rebeldía. Levanté teléfono. José Ramón, excelente presidente durante décadas, me confirmó el inminente fatal desenlace. Aún así la esperanza es lo último que se pierde y ciertamente todavía queda vida, como mínimo un mes hasta la celebración de la reunión. El alto precio del alquiler, aun siendo barato en relación a otros inmuebles de la zona, y la disminución de las ayudas públicas en los últimos años, vergonzosa por parte la actitud del Gobierno regional y el Ayuntamiento de Guadalajara y excelente la de la Diputación, han ido ahogando la economía de una entidad octogenaria y emblemática, un hogar lleno de encanto que rezuma acogimiento y amor a la provincia.
Son muchos los recuerdos que se vienen a la memoria de nuestra relación con la Casa, el último ese diploma Melero Alcarreño que tuve el honor de recoger en 2011 y que reconocía la vinculación de mi familia durante cincuenta años a la entidad, primero, con mi abuelo, Salvador Embid y a su fallecimiento heredando yo su número y carné. Por ello, y por la gran labor realizada en sus 81 años de vida, me niego a aceptar el cierre sin implorar antes a las administraciones públicas y entidades privadas con recursos su ayuda. Petición de mecenazgo que se extiende a los socios repartidos por toda la provincia. Muchos pocos podrían hacer lo suficiente para pagar ese alquiler mensual. Deseamos que la junta de socios aporte ideas, imaginación, propuestas, soluciones que eviten el adiós de toda una institución. Salvo que alguien aparezca con un saco de dinero, me decía, José Ramón, este mismo miércoles. Es Navidad, apelemos a su magia. Recordamos ahora esas palabras escuchadas al menos en dos discursos a Valeriano Ochoa pidiendo con vehemencia la ayuda de todos para que la Casa pudiera seguir. Era un grito de socorro ante el que miramos hacia otro lado mientras José Ramón y un reducido grupo se las ingeniaba para seguir haciendo cosas y pagando gastos, incluso de sus bolsillos. La llama se apaga, pero queda un hilo que avivar. Hagámoslo. S.O.S.