Otro liberalismo económico

01/10/2010 - 09:45 Hemeroteca

CARTAS AL DIRECTOR
ADOLFO YÁÑEZ. Madrid
Hasta hace pocos meses, cualquier gurú de la economía sabía darnos mil razones para ensalzar las virtudes de un liberalismo que era el único sistema capaz de aportar progreso y felicidad a los ciudadanos.
El Estado ni disponía de dinero para atender nimiedades ni debía siquiera intervenir en la economía, pues el sacrosanto mercado, como un dios omnipotente, se encargaba de ajustarlo todo y de todo ponerlo en su sitio. Sin recurrir al sacrilegio de las nacionalizaciones y sin que los poderes públicos tuvieran que caer en la osadía de ocuparse de las empresas cuando, en razón de balances y cuentas de resultados, se veían “obligadas” a despedir a miles de trabajadores.
Algo extraño ha ocurrido para que, en poco tiempo, sean los estados, precisamente, quienes corren a salvar con dinero de los contribuyentes a grandes compañías que algunos llaman ahora estratégicas porque, al parecer, si ellas caen, cae con ellas la sociedad entera. A sectores como la banca, el automóvil, la energía, la construcción, etcétera, se les califica hoy de bienes comunes y, aunque sus propietarios sean anónimos conglomerados multinacionales, urge impedir que se abismen en el pozo que ellos mismos han creado. Una pequeña y mediana empresa, sin embargo, a la que con sacrificio pusieron en pie familias o grupos de gente emprendedora, jamás será considerada estratégica, olvidándonos que son medianas y pequeñas empresas las que sostienen, básicamente, las estructuras productivas y laborales del país.
Quizá porque sigo contaminado por cuanto predicaban hasta hace poco los furibundos defensores del liberalismo económico, dudo que lo más prudente sea entablillar con millones de euros a quienes están en quiebra, a quienes no han sabido satisfacer las necesidades comerciales de las mismas personas que deben acudir en su auxilio. ¿No resulta un sarcasmo que los ciudadanos que desconfiaron de ciertas firmas empresariales a la hora de comprar productos y servicios, tengan que confiarles sus impuestos de hoy y de un largo futuro, sólo porque el Estado así lo ordena? ¿Qué ha de primar, la evidencia de que algunos que reclaman enormes transfusiones de dinero no supieron ser buenos gestores o han de imponerse los criterios políticos que empujan a nuestros dirigentes a sofocar conflictos laborales y mediáticos sin tener en cuenta que, mientras no consigamos superar las estructuras del sistema económico actual, lo único que puede ocurrir es que repitamos idénticos errores? O mejoramos las cosas de verdad o el liberalismo terco y ciego nos condenará, como al Sísifo de la mitología clásica, a subir una y otra vez la roca de nuestros esfuerzos hasta cimas en las que siempre habrá alguien que eche a rodar cuesta abajo lo que habíamos sostenido de forma titánica en los últimos años.