Patologías del poder
La democracia sigue vegetando y languideciendo en un sistema de grupos de poder convencionales que se acaban. Algunos de ellos, prefieren alimentar el sistema, mantener el equilibrio antes de salir de él, pues todo se puede venir abajo y eso va en contra de sus propios intereses. Nos referimos a cualquier forma de ejercer el poder pues el poder es siempre el mismo. Ni siquiera los llamados grupos antisistema quieren su eliminación pues viven de él. Las patologías del poder pueden poner en peligro al Estado constitucional cuando la única motivación es la ambición del mismo poder, la fuerza y el dominio. Entre el ningún poder para nadie (mayo francés del 68) y todo el poder para el pueblo de la Revolución Francesa, están los mercenarios y traficantes del poder o partidos políticos que se venden al mejor postor. Pero no es por la vía social sino por la vía psicológica por donde vienen las patologías o los peligros del poder. El mundo y la percepción interior de él que tienen los poderosos, es distinta a los demás. Son incapaces de entender la realidad como es entendida por los ciudadanos normales. Viven entretenidos con él. La revolución, de la que tanto se habla, consiste hoy día en liberar al pueblo de los peligros psicológicos del poderoso. No podemos ser los cebadores y abastecedores de su hambre de ego y ansias de poder. No podemos ser los legitimadores de sus planes de venganza y dominio, los conductores de sus aparatos o sistemas totalitarios de invasión. Marxistas, capitalistas, empresarios, sindicalistas, dirigentes religiosos, no se dan cuenta de que caminan por sendas muy equivocadas y paralelas y alejadas al pueblo con el que, por definición, nunca llegarán a encontrarse. En esta línea de alegorías biológicas, observamos que en la democracia política existen unas malformaciones estructurales, genéticas, de constitución y desarrollo del poder. Muchos creen que la propiedad privada no tiene límite ni fin. No entienden que el mundo se nos ha dado en arrendamiento, para administrarlo o gestionarlo y no tanto para privatizarlo. Tampoco podemos estar tan pendientes del dinero siendo esclavos de él. Con tal de tener un empleo, una profesión que aporte seguridad y protección a la familia y a uno mismo, estamos contribuyendo a una sociedad sólida y cohesionada. Lo más lamentable en democracia sigue siendo que muchas instituciones se han creado no para servir al mayor número de ciudadanos necesitados de ellas sino para servicio e interés de unos pocos privilegiados y potentados. Finalmente, sabemos que el que tiene el poder en sus manos, no es fácil que lo deje libremente. A todo se acostumbra uno.