¿Pedagogía ficción?

04/06/2015 - 23:00 José Serrano Belinchón

Con ocasión del todavía reciente Congreso Internacional “Innovar es crecer” sobre cuestiones y experiencias pedagógicas, pasó por Madrid el profesor Richard Gever, director de la escuela británica Grange Primary School, aquella que hasta hace poco se había considerado como modelo insuperable de desánimo, de hastío y de malas calificaciones obtenidas por su alumnado. El profesor Gerver se ha convertido de alguna manera en un revolucionario de los sistemas pedagógicos desde el día en el que se le ocurrió entrar discretamente en la habitación de estudio de su hijo y lo encontró jugando al fútbol con la Xbox y hablando en ruso con su rival de partida. El profesor se quedó de una pieza al comprobar que su hijo había aprendido ruso por su propia iniciativa, sin que nadie se lo mandase, hasta el punto de poderse defender en la práctica con hablantes en aquella lengua. La sorpresa llevó a Gerver a pensar que el modelo educativo inglés necesitaba una reforma a fondo, una profunda transformación en la que se tuviera en cuenta el interés personal del alumno y se vayan dejando a un lado los programas de estudio dictados por los políticos desde una mesa de despacho, en los que rara vez se tienen en cuenta las preferencias del alumno.Para poner en práctica su teoría, el profesor Gerver se hizo cargo de la Grange School, donde como responsable de ella pudiera establecer un modelo de absoluta libertad, respetando la iniciativa de los alumnos. Los resultados, según he podido saber, son excelentes, si bien nada se habla de la serie de inconvenientes con los que hay que enfrentarse para conseguirlos. El singular ideólogo, que a la vez se dedica a dar conferencias en las que ofrece a los docentes de distintos países sus teorías, pone como previos una serie de condicionantes que básicamente se resumen en tres: el respeto a los docentes por parte de los medios de comunicación; que los maestros en sus distintos niveles sean tratados como profesionales; y que los políticos no sólo han de respetar al profesorado, sino darles además la libertad necesaria para hacer uso de sus conocimientos y de sus experiencias. Todo esto exigiendo como ineludible, para que la profesión docente sea capaz de llevar a término esa transformación, que los profesionales de la enseñanza sean personas muy cualificadas, dinámicas, brillantes, cualidades que no necesariamente han de coincidir con un elevado nivel académico. Y añade este profesor que en Finlandia, país donde se vienen alcanzando los mejores resultados en la formación de niños y jóvenes, la profesión docente es la más respetada del país, donde los maestros no dependen de los políticos y tienen unos salarios de alto nivel, comparables a los que se dan en otras industrias y negocios del país. Como docente, como padre, y como político que fui en tiempos ya lejanos, no me encuentro en condiciones óptimas como para enfrentarme con tan novedosa teoría, tampoco de ponderarla como si del gran prodigio de la ciencia pedagógica se tratara; sí, en cambio, pienso que para llevarla a término en nuestro país, habrían de fundirnos -a todos- como se funde una campana, y dar a la sociedad la vuelta como a un calcetín, lo que me parece cada vez menos probable.