Pintadas

09/04/2015 - 23:00 José Serrano Belinchón

Hace unos días vi cumplido un viejo proyecto que andaba rondando mi memoria desde hacía tiempo. Se trataba de algo tan sencillo para los que vivimos aquí como dedicar toda una mañana y parte de la tarde a recorrer la vecina ciudad de Alcalá de Henares. Lo hice sirviéndome como cicerone un antiguo compañero de estudios al que los azares de la vida tuvieron a bien llevárselo allí donde ha trabajado y ha vivido desde su juventud, de forma que con el tiempo se ha convertido en un experto conocedor de la romana Complutum, ciudad importante desde la época de los césares, y no menos durante el florecer de la cultura europea cuando, junto a Salamanca, contó entre una de esa media docena de Universidades más reconocidas de todo el planeta. Ya no es igual, pero el poso ha quedado en ella a perpetuidad en una serie de monumentos en torno a la gran plaza que lleva su nombre, sobre la que se alza en mitad la estatua en bronce del más universal de sus hijos: Miguel de Cervantes. Los alcalaínos, conscientes del pasado esplendoroso de su ciudad, se sienten orgullosos de ella y procuran cuidarla de manera excelente. Sin ceder un ápice a la modernidad ni al inevitable tráfago de la vida actual, con todas sus ventajas y todos sus inconvenientes, Alcalá de Henares se esfuerza en ofrecer al mundo la imagen que le impone su propio pasado. Por algo es Patrimonio de la Humanidad y eso hay que cuidarlo. Una ciudad limpia, bien atendida, que premia con su imagen a los ojos de la cara y a los del corazón al andar por sus calles. Habrá -no lo dudo, aunque no las vi- algunas pintadas en cualquier barrio extramuros de la ciudad; pero se hace notar que autoridades y vecinos se esfuerzan por evitarlas; algo que en otros lugares del mismo Corredor, nos da la impresión de tratarse de un mal humanamente inevitable, siendo como es un visible reflejo de la ciudad, su carta de presentación, imagen que se llevan pegada a la retina quienes nos visitan. Digo quienes nos visitan, porque a poca distancia de Alcalá estamos nosotros, la Guadalajara de los Mendoza y de los polígonos industriales, capital de provincia, la que sin piedad por parte de quienes las producen, muestra barriadas enteras -véanse los entornos de la Avenida del Ejército- que son auténticos muestrarios de una cultura tercermundista en su más estricta variedad y estilos. Algunas, con pretensiones artísticas, situadas en lugares inverosímiles, pero donde más se ven. Las más, sin otro fin ni mensaje que el de ensuciar, sobre las paredes recién pintadas de los edificios, y aun dentro de los portales interiores al pie de la escalera, como las que en las pasadas fiestas de Navidad, descubrimos una mañana en el bloque de casas donde yo vivo. Otras ciudades lo consiguen. Algo habrá que hacer para evitar esa mala imagen, tan molesta y que tan poco dice en favor de la ciudad donde vivimos. Guadalajara, por lo demás, es una ciudad en orden donde da gusto vivir. Es tarea de todos, pero de manera especial de quienes tienen el encargo y la obligación de hacerlo. .