Racismo
Hace unos años, cuando sólo la gente de mi generación y pocos más guardamos de él un sano recuerdo, el famoso púgil hispanocubano de color, José Legrá, campeón de Europa que fue de los pluma en repetidas ocasiones, y del mundo creo recordar en alguna otra vez, respondía a las preguntas del reportero acerca del racismo algo así como que el ser negro en España en los años sesenta era un motivo suficiente para ser famoso, pues sólo estaban Antonio Machín y él de entre los de su raza, que la gente se paraba en las calles para verlos pasar y algunos los señalaban con la mano como si fueran seres de otro planeta. Ahora -aclaraba él- somos tantos, que la gente ni siquiera nos mira, lo que no deja de ser una decepción. Legrá fue un hombre con un admirable sentido del humor.No es por distraer la atención del lector, metidos de hecho en tiempo de elecciones, sino porque el pasado fin de semana en un parque de la ciudad, un niño poco mayor que él llamó negro a mi nieto Andresito -adoptivo y natural de Etiopía-, detalle que a sus cuatro años no le gustó nada, nada. Él le llamó blanco y siguieron jugando. Sí que tiene actualidad, después de tantos años, el racismo en nuestro país a todos los niveles, sin que hasta ahora hayamos tenido, que yo sepa, una política seria de lucha contra la discriminación de las personas, fenómeno social que, siguiendo su curso natural, ha venido degenerando en algo peor: la xenofobia, el odio, la repugnancia y en el mejor de los casos la hostilidad hacia lo extranjero, portal de entrada a muchas de las aptitudes violentas de las que a diario nos traen noticia los medios de información. Excepción hecha de los contados casos de ciudadanos de otros países que viven en el nuestro por motivos de conveniencia, casi siempre de carácter profesional, la inmensa mayoría de los extranjeros con los que nos cruzamos por las calles o viven en nuestra misma escalera, no están con nosotros por gusto, y mucho menos si se trata de personas de distinto color. Pese a eso, en muchos casos la reacción inmediata suele ser la de rechazo por su condición de extranjeros. En cierta ocasión me contaba un guineano que a él lo paraba la policía por la calle con mas frecuencia que a cualquier otro ciudadano del país, sin que para ello hubiese otro motivo que el de su color; que en España se les consideraba como posibles delincuentes o gente de dudosa conducta, lo que era un prejuicio muy generalizado y una realidad que a los españoles no nos gusta asumir. En un estudio reciente sobre nuestro país, formulado por el Consejo para la Promoción de Igualdad de Trato y no Discriminación, se señala que un 46,7 % de personas pertenecientes a minorías étnicas se han sentido discriminadas por su origen en el ámbito laboral, porcentaje éste que sube hasta el 63,9 % en las de origen subsahariano y desciende al 41,6 % al tratarse de afrocaribeños. Una vez más se nos llama la atención en algo de relevante importancia pensando en la vida a la que nos ha llevado el nuevo siglo. El mundo tiene unas maneras de desenvolverse que varían según las circunstancias y según los tiempos. Nosotros -con todo occidente- somos ciudadanos del mundo, también los del Continente Negro. Como ente vivo que es, la población universal busca el justo equilibrio, a veces con métodos duros e inapelables que no siempre nos llegarán a convencer o.