Recuerdo de mi vida en Pizca

27/02/2013 - 00:00 Sandra de Rivas

  
  
    Quizá la primera anécdota que me viene a la cabeza es cuando empecé a ayudar a mis padres de camarera y se me cayeron las aceitunas que llevaba para unos clientes. Se me había olvidado ponerles el aperitivo en la barra y al llevárselos a la terraza, por los nervios, se desparramaron todas encima de la mesa, las recogí una a una y en vez de ponerle otras nuevas ¡se las volví a dejar otra de vez de aperitivo!. Aquí he celebrado casi todos mis cumpleaños, he ido a casa de la abuela para subir un poco de atún y he vuelto a bajar para traer unas torrijas o un plato de ensaladilla rusa.
 
  Después hemos ido a jugar al parque. Aquí he aprendido a hacer mis primeras pizzas junto con Sara y Saúl y comprobar cómo efectivamente “el secreto está en la masa” pero también en el afecto con que se trata. Aquí me he sentado detrás de la barra mirando cómo mamá me hacía la cena y papá me ponía un vaso de agua o una coca-cola en días festivos y veía a mamá dando chupa-chus a los niños. Aquí aprendí que “a veces para avanzar hay que retroceder” cuando mi padre me explicaba que para cerrar el grifo del todo había que echarle un poquito para atrás.
 
  Aquí me he enfadado, me he puesto contenta y he sentido muchas emociones distintas. Y cuando ya vivíamos en Cabanillas recuerdo esa sensación de montar en el coche después de haber cerrado y dependiendo de cómo había sido el día las conversaciones dentro eran blancas, negras, grises o de colores. Eso sí, siempre con aroma a “pizza familiar”. He expuesto mis fotos y he visto los cuadros de mamá, de Saúl, Sara y de otros familiares y amigos. He venido con mis amigas a cenar. He visto a los niños crecer y cómo venían solos de mayores. Aquí me he echado un rato en el almacén cuando me dolía la cabeza o estaba muy cansada. El office y el almacén tienen una gran función.
 
  También he sentido ilusión y entusiasmo con las carrozas que hacíamos. Y al recoger las mesas veía los papeles, los vasos y otras cosas que dejaba una pareja, una familia, unos amigos y me encantaba descubrir la forma en la que habían comido y compartido tan solo viendo cómo lo habían dejado todo. Aquí me he tomado un helado y me he sentido afortunada. ¡Poder coger un magnum gratis era un privilegio! Aquí he aprendido a comunicarme con los demás de otra forma y muchas habilidades sociales.
 
  Recuerdo ir a por lechugas iceberg del mercado de al lado, de bajar al parque a jugar con la abuela y jugar a las cartas, estar picando cebolla y no poder atender a los clientes porque me lloraban los ojos y decirle a papá que atendiera por mí que iba al baño a limpiarme. Recuerdo haberme hecho quemaduras en las manos del horno y no darme cuenta hasta después.
 
  Esto me encanta ahora que lo recuerdo porque son como “heridas de batalla”. Y la cantidad de dedos de guantes que nos poníamos, picar mozzarella antes de que viniera desgranada. Y haber estado con Sara y Saúl solos en la pizzería para que papá y mamá se fueran a un viaje y las aventurillas que nos pasaban. Y después con Laura, Abraham y David que cortaba la piña todavía más pequeña! También a mamá recordándonos lo importante que es la limpieza y que no nos olvidáramos de nada.
 
  Recuerdo salir de la pizzería e irme para Bardales y mis amigos y con quien me encontraba sabían de dónde venía porque olía muy bien a pizza. Recuerdo haber jugado a los barquitos con papá cuando había poco jaleo y la de espuma que me salía cuando ponía mis primeras cañas. También haber quemado pizzas, haberme confundido de ingredientes o que se cayeran al suelo. Cuando escribo esto me acuerdo de todos los años que he vivido porque la pizzería tiene casi los años que tengo yo. Aquí he visto trabajar a mi hermana, luego yo, y luego Saúl. Miro 25 años atrás y veo muchas cosas, prácticamente todas alegres. Ahora tengo 26, vivo con David y me voy a casar. Soy autónoma y estoy donde quiero estar. Por más que he comido pizza nunca me he cansado de ella y todavía hay días que la echo de menos ahora que estoy en otro sitio. Pero vuelvo a saborearla de nuevo.
 
  Recuerdo cómo papá me contaba siempre que el abuelo le ayudó a construir parte de la pizzería. Ahora yo tengo una sala que me ha ayudado a construir mi padre y mi madre. Me viene a la cabeza un círculo. Siento que el emprendimiento y la autonomía que tengo vienen en buena medida desde aquí. Recuerdo ir al viernes de los cuentos y venir a cenar después y la ilusión que me hacía cenar junto a los cuenteros. Y cuando era más pequeña y jugaba con mi amiga Patricia en el parque y veía su balcón desde la pizzería. Me hacía señales desde allí cuando estaba en casa y sabía de ella. Ahora los árboles son tan altos que ya no veo el balcón. Pero ahora veo los árboles. Soy hija de Pizca y la familia ya sabe lo que significa. Pizca es la familia. .