Renovación y decencia política
05/01/2011 - 00:00
El año 2011 se anuncia políticamente como año convulso y de cambios ante el desastre vivido en 2010 por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y el efecto que tendrá necesariamente sobre los gobiernos autonómicos y municipales del PSOE. El PP se anuncia como inevitable vencedor de los próximos comicios locales y regionales y todo ello se vive con euforia en unos, y con pesimismo e incertidumbre en otros. Entre estos últimos, destacan las decenas de miles de beneficiados a dedo por gobiernos que han basado su estabilidad tanto en el control de los medios de comunicación como en la concesión sin límites de prebendas políticas y puestos eternos de libre designación a un buen número de individuos. En casos extremos, como Castilla-La Mancha, podemos hablar de décadas de ocupación, por parte de personas favorecidas, de puestos cómodos y prestigiosos, con la consolidación, en muchos casos, y de por vida, de sueldos y otras mercedes. Así, se anuncia la salida de la Administración de unos para ¿la entrada de otros? El PP de Castilla- La Mancha, por ejemplo, habla ya de la salida de 4.000 trabajadores de la Administración que han bebido de la gracia infinita de Barreda y
nos podemos preguntar: ¿Sólo 4.000?... y nos podemos seguir preguntando: ¿y el PP no los va a sustituir por otros? hinchando, como hizo su antecesor, una Administración pública plena de excesos, favores y duplicidades. Sinceramente, y a la vista de lo que hemos venido observando a lo largo de la corta historia democrática de España, y de ejemplos de gobiernos del PP a nivel autonómico o municipal, nos mostramos poco optimistas, y pensamos que tendremos más de lo mismo. Porque ¿acaso no es más de lo mismo el que el Congreso rechace casi por unanimidad la propuesta de Rosa Díez de acabar con los privilegios económicos de la clase política? ¿Y no es más de lo mismo que el Sr. Barreda pida humildemente que se supriman los suyos para que inmediatamente su grupo parlamentario en las Cortes de Castilla-La Mancha rechace esta propuesta? Ante estas actitudes no podemos esperar otra cosa sino el rechazo de los ciudadanos hacia la clase política, o grupo de privilegiados que desde su arrogancia gozan y monopolizan el poder. Se atribuyen la posesión en exclusiva de los cargos públicos, se niegan a igualarse con el resto de los mortales, y se reproducen endogámicamente a partir de sus juventudes políticas y el seguimiento ciego al líder de turno.
España no necesita únicamente un cambio de partido en el gobierno de la nación, en el gobierno autonómico o en el municipal, un cambio que nos recuerda peligrosamente a los del Turno Pacífico, que a finales del XIX y principios del XX llevaban a cabo corruptamente Cánovas y Sagasta, desde el caciquismo y el pucherazo, con la figura del funcionario cesante, que debía esperar al gobierno de su líder para volver a trabajar en la Administración. España necesita una renovación política plena, que comience con un replanteamiento de la Administración autonómica y unas medidas claras que acaben con la clase política y traigan una nueva forma de político no profesional.
España necesita que se acabe con la peligrosa deriva del Estado Autonómico, que han propiciado el PP con su pasividad y el PSOE con su imprudencia, llena de intereses de partido. Es preciso que se unifiquen y centralicen, en aras de la igualdad de los españoles, la educación, la justicia y la sanidad y, sobre todo, que se cambie una ley electoral que propicia que las mayorías en el Congreso, y por ende sus decisiones, queden condicionadas a los intereses de los partidos nacionalistas, que han venido demostrando hacia el interés común de los españoles un claro menosprecio e incluso, en algunas ocasiones, el mayor de los desprecios. Debe acabarse con la perniciosa clase política actual y transformarla en políticos no profesionales, que no quieran vivir de la política. Para lo cual deben asumirse reformas absolutamente necesarias, como la limitación de mandatos, la incompatibilidad de sueldos y cargos públicos, el cese de privilegios de los políticos, los cuales, al finalizar en sus puestos, deben regresar a la vida privada sin beneficio alguno. Junto a esto, los partidos políticos deben comprometerse a evitar la perniciosa práctica de nombrar para cargos relevantes a personas sin experiencia a nivel profesional o de servicios, evitando que la inexperiencia y el arrojado deseo juvenil de cambiar las cosas nos lleven al desatino y a la precipitación (ejemplos hemos tenido en esta legislatura).
La función pública debe mantenerse como puesto de trabajo vitalicio, ya que estos puestos, básicos en el funcionamiento de la administración, no deben estar sometidos a los vaivenes de la política y a la capacidad de despedir o contratar con total libertad y capricho de quien gobierna, sino estar compuestos por trabajadores independientes, bien formados y sujetos a una disciplina laboral. Por otra parte, es preciso incidir en la necesidad de entregar los puestos de alta responsabilidad a funcionarios que han mostrado su capacidad, y no a personas de confianza de los gobiernos de turno, nombrados a dedo, y cuyo único mérito es la fidelidad al líder, ya que sus capacidades se vienen demostrando, una y otra vez, más que dudosas. Los líderes políticos han llamado a la unidad ante la crisis de todas las fuerzas políticas y sociales, al entendimiento y a la acción común. Meras palabras que se alejan absolutamente de sus actos: egoístas en el gobierno y desleales como oposición ante los ciudadanos a los que representan. La lealtad de la oposición y la caballerosidad del gobernante, con estilo y altura por parte de ambos, son características que se hacen imprescindibles en la necesaria regeneración democrática, y pasan necesariamente por la entrada en política de ciudadanos responsables, con espíritu de servicio y una sólida formación.
Sin todo lo anterior la regeneración es imposible, viéndonos abocados a un desastre anunciado más próximo de lo que parece. Ante esto cabe preguntarse ¿están PP y PSOE preparados para afrontar y asumir estos cambios tan necesarios? Creo que pocos pueden contestar afirmativamente a esta pregunta, dado que ambas formaciones se encuentran anquilosadas y presas de unas estructuras rígidas y corruptas que les impiden moverse, estructuras clientelares que nos hacen pensar, salvando las distancias, en la servidumbre feudal.
La única solución es la entrada de nuevas fuerzas en el panorama y la acción política. Partidos que sí tienen asumidas estas premisas y que deben servir de catalizador a los cambios, rompiendo el rígido bipartidismo reinante y mostrando una nueva forma de hacer política que dignifique no la profesión, sino la tarea de político como el que sirve a la sociedad sin esperar otra cosa que el reconocimiento por su buen hacer y una compensación económica ajustada a la responsabilidad que ejerce y solamente durante su desempeño. Sin la entrada de estas nuevas formaciones políticas es imposible la regeneración y los cambios que España necesita con urgencia.
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