Responsabilidad compartida

19/03/2013 - 00:00 Jesús Fernández

  
  
  
  La democracia política se caracteriza por una peculiar distribución de responsabilidades sociales. Diferencia pero también unificación. Partiendo de que el titular último (o primero) de las decisiones es el conjunto de los ciudadanos (soberanaza popular) esto cambia el análisis y el escenario de la sociedad actual. Asistimos a una situación de inmoralidad extendida. La población está desorientada. La depresión económica, de bienestar restringido, la devastación cultural y de valores que vivimos ha hecho aflorar unas carencias ocultas que ahora se manifiestan en toda su virulencia y crueldad. La sociedad estaba deslumbrada por la política de pluralismo, igualdad y participación.
 
   La democracia parecía una celebración alegre de todos. Pero ha cambiado el rostro y la mirada de los ciudadanos que se arrepienten de muchas cosas. Otros se sienten frustrados. Eso sucede cuando miramos al pasado. Pero ahora interesa el futuro. Falta confianza. Nuestros dirigentes han matado en nosotros los gérmenes de ilusión y esperanza. Ya no podemos hacer juicios comparativos pues el pasado no sirve de referencia. Ya nada será igual. Hay que comenzar de nuevo. Ha terminado una época de entender la economía, la producción, la empresa, el consumo, la educación, la cooperación, la solidaridad, la aportación, la participación. Muchas estructuras, leyes, instituciones, corporaciones, conductas públicas tenidas por imbatibles y permanentes se han venido abajo.
 
   Hay que reconstruir la sociedad de la esperanza o la esperanza de la sociedad. Es una tarea muy difícil. Las ruinas morales son más costosas de recuperar y necesitan muchos años. Hay toda una generación que se siente engañada. Los desperfectos en la economía comienzan en la conciencia y personalidad de los dirigentes. Se está produciendo un excesivo aislamiento o clasificación objetiva de los comportamientos inmorales en la democracia, olvidando que la responsabilidad es de todos. No son “ellos” los malos, los corruptos y “nosotros” los buenos. La indignidad de los gobernantes se produce con mi participación, con mi colaboración, con mi elección, con mi voto. ¿Quién les ha señalado, presentado o incluido? ¿Qué extracción social y cultural tienen? ¿En qué ambiente han crecido? ¿Qué costumbres han visto y asimilado? ¿En qué valores han sido educados? ¿Qué referencias tienen? Somos y hacemos lo que vemos. ¿A quién representan? ¿El ejercicio de la función representativa no va a tener límites de responsabilidad? Existe una culpabilidad implícita y cooperación social del pueblo en los abusos que se producen en la gestión de los asuntos comunes.
 
  La democracia es una culpabilidad compartida. El rechazo democrático y social tiene que ser la primera reacción a tantas conductas abusivas, interesadas, egoístas, aprovechadas. De lo contrario somos cómplices y colaboradores. Esta es la verdadera responsabilidad que muchos llaman política en la democracia. Se necesita un sistema de selección moral de nuestros dirigentes que no existe. La transparencia tiene que comenzar desde el principio de la adscripción o dedicación. Democracia como responsabilidad civil compartida por los ciudadanos. Podríamos seguir alargando dicho compromiso. No basta la acción de los Estados aunque también es esencial a nivel internacional. En toda Europa se cometen los mismos abusos. Los indicadores son los mismos. Nada se sustrae a la globalización. Pero el hombre es el sujeto de la libertad y de la responsabilidad. Sin conciencia propia no hay conciencia colectiva y sin moral personal no hay ejemplaridad social.