Retrato de la democracia

30/11/2015 - 23:00 Jesús Fernández

El pueblo se siente engañado por protestas, por propuestas y por promesas. Todos los que vivimos en esta democracia tenemos algo en común: somos responsables de ella, de su calidad, valor y convocatoria. Es una democracia circular, de responsabilidad compartida. No podemos, como simples ciudadanos, objetivizar, separar, alejar  o externalizar las malas prácticas y las conductas corruptas de nuestros gobernantes. Todos estamos  implicados en ellas, aunque en distinta medida. Hemos creado un sustrato de políticos vanidosos, ambiciosos, altaneros. Se alimentan de nosotros. Así han llegado a ser dueños de su provincia. Porque a lo único que pueden aspirar es a retratar el tiempo y el momento concreto de un pueblo o de una sociedad. No existe la trascendencia en los objetivos.
    Hay que revisar el concepto de representación. Algunos ciudadanos no se sienten representados por algunas personas y métodos. No se puede representar  a todo ni a todos. No existe la totalidad en ella. Es muy selectiva y no es inclusiva. Esto ha sido y es siempre así. Hay unas personas instaladas en la política, en la labor de representar hipócritamente al pueblo. El concepto de soberanía popular no llega a su realización ni a su plenitud. La democracia, que degenera en una lucha por el poder entre ellos, parece una farsa colectiva, una figuración y representación, en el otro sentido de esta palabra. El pueblo no está uniformado aunque se intente manipularle y adaptarle  por todos los medios, nunca mejor dicho. La vida y los mensajes políticos se han degradado tanto que hacen de la democracia constitucional una mentira constante.
    Pero algo está cambiando. La revolución democrática, a semejanza de la revolución cultural, está proporcionando al pueblo otros parámetros para medir el ejercicio de su idolatrada soberanía. Hay más juicio crítico-social. Las cortinas, el velo, el  telón, el humo  se van cayendo y dejan al desnudo a nuestros gobernantes en la pura y cruda búsqueda de sus propios motivos e intereses privados que antes disimulaban. El pueblo ya no se siente autor de su historia y libertad que la escriben otros. Se pide una democracia más deliberativa y más comunicativa. Hay un “déficit” de comunicación en la democracia de hoy. El cambio en los sistemas de comunicación no debería  suponer una supresión de los límites de la democracia que adquiriría mayores niveles de racionalidad, alejándose de niveles emocionales o demagógicos. La teoría de la democracia  es cada día más  una teoría de la comunicación.
    La comunicación también está sometida a una normativa para que no contenga  elementos extraños y ajenos como son la propaganda, la censura, la crítica, el imperativo, la hegemonía y el monopolio. Todo ello forma una democracia comunicativa.