Rosa: diabética de tipo uno
Se publicó en la revista de la asociación en 1988. Es la historia resumida y a grandes rasgos de esta insulina-dependiente de 55, años, con 30 de rodaje en la insulina, pionera en la vida de la asociación con el número 11, que acude puntual a las charlas del tema, reuniones o excursiones siempre que le es posible. Lo que sigue empezó un buen día, no para nosotros; a la salida del parto de nuestra única hija nacida de ocho meses, y observamos con estupor como a ella, mi mujer, se les despertaba un gran apetito de comer, beber y hacer pis en la misma proporción y que a la vez perdía peso de forma alarmante. Estos síntomas, hoy claros de una diabetes galopante, no lo fueron tanto por aquel entonces. Era tal el desconocimiento de la enfermedad que los médicos de cabecera a nuestro caso no le daban importancia, pero son saber a qué achacarlo.
Así fue pasando el tiempo de alarma para nosotros, que creíamos estar ante una rara o desconocida enfermedad, hasta que otro día por la radio, que entonces se ponía mucho, les dio por esbozar la diabetes, y esta fue la forma de enterarnos del mal que ella padecía y nos pusimos tan contentos sin sospechar que nuestra odisea no hacía más que empezar. Nuestra sorpresa fue grande cuando el médico, una vez apercibido, nos fue describiendo con todo lujo de detalles el tratamiento a seguir, el mismo que no daría resultado porque la mejoría no aparecía por ningún lado.
Alguien de nuestro entorno nos propuso un especialista en Madrid, y este fue el que, con el tiempo y por supuesto dinero, logró volverla a la normalidad mediante el tratamiento adecuado, y es curioso porque han pasado tantos años y no difiere gran cosa del actual. Si bien es cierto que a estas alturas han aparecido en escena una serie de cosas entre las que caben destacar tanto la calidad y variedad de insulina, el aparato medidor de los niveles de glucosa en sangre, o la hemoglobina que nos vienen facilitando el autocontrol y el actuar en consecuencia: El conocimiento y el uso necesario de todas ellas han mejorado notablemente la cuenta de resultados, pero el problema de fondo sigue latente y el tratamiento riguroso y sacrificado.
En este sentido, y sin ánimo de presumir, mi señora siempre lo ha llevado a rajatabla, no en vano me ha dado más de un susto con alguna bajadita inesperada de hipoglucemia, compensados, esos sí, porque en la larga trayectoria y hasta la fecha no le ha afectado a ninguna parte visible o notable de su cuerpo, por lo que podría decir de ella, que se encuentra algo así como lo que su nombre indica. Para terminar, señalar que siempre he pecado de optimista pensando en vencer la enfermedad.
Es evidente que queda camino por recorrer, pero sigo creyendo que algún día no lejano saldrá algo importante que está en el ánimo de todos y que hará olvidarnos de la insulina. Entre tanto ésta seguirá con nosotros como fiel compañera. El 29 de junio de 2010 Rosa murió tras una larga aunque no muy dolorosa enfermedad ajena a la diabetes, con la que convivió 42 de los 67 años de su vida.