Se consumó el engaño
25/09/2014 - 23:00
Por razones que no vienen al caso, procuro evitar en mis escritos toda afección política tal como hoy se entiende y se practica; pienso que es un asunto que en los medios de información se considera en exceso. Es un asunto que difícilmente se puede tratar con objetividad, sino más bien todo lo contrario, pues cada cuál, con razón o sin ella, procura arrimar el ascua a su sardina; de ahí que los debates sobre cuestiones políticas, se conviertan con demasiada frecuencia en auténticas peleas dialécticas de las que es imposible pueda salir un solo rayo de luz. Pido disculpas si por una vez mi comentario se aproxima a la política dura, a la mala política que, como tantas veces ocurre, escapa de la que debería ser su recta función: la defensa de la sociedad desde los más diversos campos, comenzando, dada su importancia, por el principal de todos: el derecho a vivir de todo ciudadano desde el primer instante de su existencia. Después vendrían los demás, como son el derecho a la educación, al trabajo, a la vivienda, a la sanidad, pero sobre todo el derecho a vivir, cosa en la que todos, sea cual sea su forma de pensar, estaremos de acuerdo. Desde hace algunas fechas, una buena parte de españoles nos sentíamos molestos, porque se sospechaba que sobre la piel de toro soplaban vientos de traición por parte del gobierno que en su día nos dimos, en algo tan fundamental como es el derecho a vivir de los no nacidos, con toda esa serie de circunstancias particulares que pueda llevar consigo el hecho natural de su venida al mundo, entre las que cuenta muy en primer lugar la ayuda a las futuras madres que lo necesiten.
Tanto lo uno como lo otro andaba en juego en el anteproyecto de ley con el que se intentaba evitar esa monstruosidad del llamado aborto libre, que sólo en España viene produciendo una mortandad diaria de 300 criaturas inocentes, a las que se les priva de llegar a ser hombres y mujeres, de poder engrosar en su día esa cifra, tan peligrosamente exigua, de trabajadores del mañana para sacar adelante las necesidades de un país de viejos. Hasta el pasado martes la sospecha fue sólo un temor; desde ese día, en el que el señor Rajoy decidió que se retirase el tal anteproyecto en defensa del no nacido, con un argumento tan pobre como que el gobierno que le sucediera lo volvería a establecer, hemos perdido toda esperanza. Seguiremos con esa masacre vil de trescientos crímenes por día, y continuará en vigor la más injusta, injustificada y cruel, de todas las leyes que nos dejó a su paso el anterior gobierno.
En nombre de esos varios millones de españoles que piensan como yo pienso, diría al señor Presidente que sí, que si los que vengan después vuelven a cambiar la ley, será responsabilidad de ellos, pero usted salvaría la suya, y la que no es menor: el cumplimiento de su palabra y la coherencia con el sentir mayoritario de sus votantes y afiliados al partido que, como en mi caso, le volverán la espalda; pues no todos estamos dispuestos a sentirnos corresponsables de una sucesión imparable de muertes inocentes, cuando ha tenido en sus manos el poderlo evitar. Para eso, entre otras cosas, le dimos nuestro voto.