Sed santos

06/11/2012 - 00:00 Atilano Rodríguez


 
 En estos momentos, en los que todos experimentamos la profunda secularización de la sociedad y la creciente indiferencia religiosa de muchos bautizados, parece un contrasentido hablar de la santidad de Dios, del testimonio de los santos y de la invitación que Jesucristo hace a sus seguidores a no conformarse con una vida mediocre, sino a ser perfectos como el Padre celestial es perfecto. Aunque la experiencia se encarga de recordarnos que los éxitos terrenos son pasajeros y no pueden colmar las esperanzas y las aspiraciones más profundas del corazón humano, sin embargo los criterios culturales, las normas sociales y los esquemas publicitarios nos dicen cada día que lo más importante para conseguir la felicidad y para vivir bien es buscar el éxito, el aplauso y el reconocimiento social.
 
  Si no queremos dejarnos arrastrar por estas propuestas sociales y culturales, todos deberíamos preguntarnos: ¿Tiene sentido plantear en nuestros días la llamada a la santidad? ¿No estaremos proponiendo hoy cuestiones que pertenecen al pasado? Tomando buena nota de esta realidad contradictoria y alejada de Dios, los cristianos necesitamos con urgencia pararnos a contemplar la santidad de Dios, puesto que Él mismo se ha definido de este modo, cuando se dirige a Moisés exhortándole a él y a los restantes miembros del pueblo elegido a la santidad de vida: “Sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo” (Lev 19, 2).
 
  Ahora bien, la contemplación de la santidad de Dios y la inserción en la vida santa de Dios en virtud del sacramento del bautismo no pueden dejarnos indiferentes. Por el contrario, han de ayudarnos a todos los cristianos a plantear con radicalidad la vocación a la santidad, pues como nos dice San Pablo: “Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (I Tes 4, 3). Dios, que es siempre mayor que nosotros, absolutamente libre, justo e imprevisible, nos invita por medio de su Hijo a vivir en comunión con Él, dando muerte en nosotros al pecado, asumiendo con gozo la cruz de cada día y correspondiendo con la máxima generosidad al designio de amor que tiene para cada uno de nosotros y para toda la humanidad.
 
  La celebración de la fiesta de Todos los Santos es una buena ocasión para gozar de forma anticipada de la fiesta y de la alegría sin fin de la comunidad celestial y para reavivar nuestra esperanza de heredar un día la vida eterna. En la vida de los santos y en su testimonio de fe brilla de un modo especial la luz de Cristo, la tensión constante hacia la total entrega a Él y el rechazo de la mediocridad. Además, su testimonio nos asegura que la santidad es posible para todos, si somos coherentes con la fe que profesamos y si ponemos nuestra confianza en el Señor.