Sobre el concepto de soberanía

06/03/2015 - 23:00 Jesús Fernández

La época moderna en general, y la democracia en particular, han hecho del concepto de soberanía un tema central de denominación. Es un concepto transferido y derivado. Fue la Revolución Francesa la gran distribuidora de esta categoría aplicada a la teoría política y constitucional. El proceso fue muy sencillo. En el Antiguo Régimen el soberano era una persona, o sea, el monarca, el rey o el emperador. Pues bien, cambiemos las referencias y la titularidad –se pensó- y ahora el soberano es el pueblo como formando una unidad. Del soberano único se pasó a una soberanía única que reside en el pueblo. Ello obligó a repensar y redefinir todos los planteamientos vigentes desde El Príncipe de Maquiavello. Sin embargo, la soberanía popular tiene una larga historia y no ha sido inventada por la modernidad. El pueblo judío del AT, el pueblo romano (senatus populusque romanus), el pueblo cristiano, (ecclesía o asamblea) la voz del pueblo (vox populi) o el sensus fidelium (sentido de los fieles) de la antigüedad. El pueblo siempre ha existido como fuente, apelación o referencia de legitimidad. Lo que la cultura moderna añade a esta tradición es la fuerza o el poder del Estado que reside en el pueblo. Este es el sentido de la democracia. No son las élites, los ricos o los nobles, los intelectuales, ni las clases sociales las que detentan o poseen el poder de fundar o dirigir un Estado sino la voluntad popular expresada en los términos de una Constitución como mecanismo de transferencia de legitimidad. El problema actual no va a consistir en el origen o principio sino en la forma de ejercer dicha soberanía popular hoy. Se escuchan algunas voces críticas en este sentido. Pero avancemos algo más en el tema de la soberanía popular que hoy podríamos llamar conciencia popular. El pueblo es también fuente de principios, de valores y de moralidad. Dichos valores o ideales morales, propios de un pueblo, deben ser exigidos a todos los ciudadanos que sean elegidos o mandados para representar a ese pueblo. Soberanía moral. El día en que la conciencia popular no ejerza su función de choque, de referencia, de emanación de los comportamientos éticos de los dirigentes o políticos, estaremos caminando en el desierto donde todo estará permitido, no habrá leyes ni prohibiciones. La sociedad será una selva. No habrá convivencia ni solidaridad. Todo será individualismo, egoísmo, relativismo, interés particular y nadie buscará o cuidará el interés comunitario como pueblo. Sin convicciones morales la política sería una rapiña, un atraco y los gobernantes una panda de malhechores o asaltantes del pueblo, como decía S. Agustín analizando la acción de los gobernantes romanos en su tiempo. El pueblo es soberano pero no es indiferente. Los principios y las creencias forman parte de esa soberanía popular que se ejerce también en sentido moral.